Anoche, leyendo, me sorprendió esta imagen de un Borges encaprichado, aportada por María Kodama: «Roma será para mí su voz recitando las Elegías de Goethe y Venecia para usted lo que yo le transmití un atardecer, en San Marcos, escuchando un concierto. París será usted niño, terco, encerrado en un hotel comiendo chocolate mientras leía a Hugo, su manera de descubrir París […]». Kodama en «Epílogo», Atlas (Emecé)
¿Por qué me cuesta trabajo imaginarme así al racionalísimo Borges? Quizá se deba a mi manía de entronizar a los autores que me dejan sin aliento. Dice mi terapeuta que de vez en cuando cae bien recordar que son humanos. Caray.
Personalmente no podría leer a Borges debido a su ambigüedad o a Kundera por sus… cosas. O disfrutar a Picasso por su misoginia. La fotografía de Leni Riefenstahl es espléndida y sabemos perfectamente lo que fue. Creo que es muy sano no confundir ética y estética. Crecemos creyendo que grande talento coincida con grande humanidad y no necesariamente van de la mano.
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En efecto, talento no necesariamente coincide con humanidad, pero por otro lado me pregunto cuál es el límite entre disfrutar una obra de arte por sus cualidades estéticas o hacerla a un lado porque no coincido con los postulados de vida del artista. No sé, me parece que es fácil caer en el maniqueísmo…
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No podemos. Sería como rehusar una operación porque la mayor parte de los descubrimientos en campo médico se llevaron a cabo en campos de concentración y exterminio. Sobretodo los relacionados con el dolor. La poesía de D’Annunzio es horrenda, independientemente de que el señor fuera el vate del fascismo. Borges por el contrario es imprescindible, a pesar de haber bebido el té con los torturadores. Repito: ética por un lado y estética por el otro y cada quien con su consciencia.
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De acuerdo, no hay que confundir. Una cosa es el arte y otra es el artista.
Abrazo
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