El calambur más famoso del español

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No-sé-porqué recuerdo esta genial anécdota sobre el poeta Francisco de Quevedo, dechado de genio e ingenio del Siglo de Oro español. Resulta que en su época, la reina (algunas fuentes hablan de Mariana de Austria; otras, de Isabel de Borbón) cojeaba visiblemente y todos se burlaban de ella, pero a sus espaldas… todos, menos el poeta. Cruzada una apuesta con un amigo, consistente en hacer escarnio de la soberana en su cara, se presentó ante ella con dos flores y le dijo este juego de palabras: «Entre el clavel blanco y la rosa roja, Su Majestad escoja». Dicen que la reina entendió el juego de palabras y respondió: «Que soy coja, ya lo sé. El clavel escogeré».

Más allá de todo, revela el carácter de ese Quevedo divertido y valiente que me apasiona.

Publicado por Julia Santibáñez

Me da por leer y escribir. Con alta frecuencia.

20 comentarios sobre “El calambur más famoso del español

  1. Dice un chiste muy Naif; que estaba Quevedo en el baño y entró una inglesa que sabía algo de español con acento, y dijo:
    «Oh!!, qué vedo?!!»
    y dijo éste:
    «Joder!! hasta por el culo me conocen».

    Un chiste malo,
    Un saludo.

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  2. Con perdón suyo, Danioska, no me parece que un poeta merezca ser admirado por burlarse y hacer apuestas con los defectos físicos de los demás.
    Siempre he sido admirador de Quevedo, pero ignoraba este aspecto de su caracter.

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    1. Don Remigio, si me permite… un juego de astucia y de valor, visto el período y el poder de los monarcas. Un juego al que la reina supo estar. Si no ponemos obra y autores en un contexto, ya podemos tirar todo Shakespeare a la basura por aquello del «politically correct» (por poner un ejemplo). Mis respetos.

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  3. Grande Quevedo, rey de la paradoja y paradójico en si mismo. En casa lo llamamos el tío Paco por eso de coincidir con su segundo apellido. ¡Una licencia poética que nos tomamos…!

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  4. Un soneto de Quevedo dedicado a Luis de Góngora criticándole su gran nariz:

    Érase un hombre a una nariz pegado,
    Érase una nariz superlativa,
    Érase una alquitara medio viva,
    Érase un peje espada mal barbado;

    Era un reloj de sol mal encarado.
    Érase un elefante boca arriba,
    Érase una nariz sayón y escriba,
    Un Ovidio Nasón mal narigado.

    Érase el espolón de una galera,
    Érase una pirámide de Egito,
    Los doce tribus de narices era;

    Érase un naricísimo infinito,
    Frisón archinariz, caratulera,
    Sabañón garrafal morado y frito.

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  5. Detrás de sus anteojos tambien llamados en algún libro quevedos, se encontaba una inteligencia impresionante y una forma muy nuestra de entender las letras.
    Gran poeta de su tiempo y recordado ahora.

    Un saludo

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  6. El soneto que transcribe Jorge Esparza me hace acordar del principio del Cyrano de Bergerac, de Rostand, cuando Cyrano, para burlarse de un imbécil, comienza a hacer mofa de él mismo. Tendría que chequear las fechas para ver si hubo alguna especie de «influencia» de uno sobre otro.
    Si Quevedo realmente tenía la facha que le han dado en el retrato (lo cual no siempre sucedía), pues sin duda que me gustaría conocerlo. Más allá de lo que escribía tiene el aspecto de esos tipos con los cuales se sabe que se va a pasar un buen rato.

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