Las erratas ganarán la batalla

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La errata es una «viciosa flora microbiana, reacia a todos los tratamientos de desinfección», según Alfonso Reyes. En efecto, se esconde igual que los microbios, resiste todo remedio, muta. José Emilio Pacheco contaba que cuando en 1987 escribió un artículo quejándose de ella, dijo: «La errata es el demonio de la lengua», pero alguien en la mesa de corrección de la revista Proceso cambió una letra, de modo que se publicó: «La errata es el dominio de la lengua» (lo anota Roberto Zavala Ruiz en El libro y sus orillas, FCE).

Cual cruzado en tierra de infieles, persigo con lupa esos bichos que alteran el sentido de un texto. Por eso es natural que esté feliz con este libro de Carlos López, Sólo la errata permanece (Editorial Praxis), compendio de resbalones verbales. Aquí, un ejemplo divertidísimo y patetiquísimo: cuenta José Ferrándiz Lozano que un escritor dictó a su secretaria un texto en el que aludía al arca del Noé. Ella, por descuido, capturó «el arpa de Noé» y cuando el texto llegó a la imprenta, un tipógrafo de gran iniciativa y amplia cultura dijo: «¿El arpa de Noé? ¡No puede ser! El arpa no era de Noé, era de David». Y así el escritor vio su arca de Noé convertida en arpa de David.

Como dicen que dijo Mark Twain: «Hay que tener cuidado con los libros de salud. Cualquier día podemos morir por culpa de una errata». Aunque las seguiré combatiendo sin parar, sé que es inútil: van a sobrevivir al planeta, haciendo honor a su calidad microbiana. Mejor me rio. Es decir, me río.

 

Publicado por Julia Santibáñez

Me da por leer y escribir. Con alta frecuencia.

10 comentarios sobre “Las erratas ganarán la batalla

  1. Impresionante. No hubiese pensado que las correcciones encontrasen otras verdades. Parece que es cierto: “La errata es el dominio de la lengua”. Y como los microbios mutan en variedades cada vez más resistentes para sobrevivir a las vacunas. Como bien dices, mejor reir.

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  2. ¡Hola otra vez!
    Al leer tu publicación recordé un texto sobre el tema de Julio Cortázar. Lo estuve buscando como loco para compartirlo contigo (y con los demás también) y nada más doy con él. Creí que aparecía en la Vuelta al día en 80 mundos, pero no. Entonces me hice más bolas. ¿Habrá sido de Jorge Ibargüengoitia? La cuestión es que no doy con el fragmento, el cual recuerdo como también muy divertido.
    En fin. Ya aparecerá en mi memoria y se los compartiré.
    Muchos saludos.

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      1. ¡Hola!
        El que persevera, alcanza. Después de mucho buscar, el feliz descubrimiento: el texto de Cortázar (porque es de Cortázar) no estaba en los lugares usuales (Cuentos completos, La vuelta al día en 80 mundos, Rayuela, Obra crítica [1, 2 y 3], Los autonautas en la cosmopista). No. El texto buscado estaba en un librito, más o menos de reciente publicación, que se llama Papeles inesperados. En este libro se recopilan una gran cantidad de manuscritos inéditos y «perdidos», que de forma similar al cuento de Poe, La carta robada, estaban guardados en el lugar más evidente y que fueron descubiertos muchísimos años después de la muerte del Gran Cronopio: en el cajón superior de su escritorio.
        Entre estos folios, diría Borges, hay uno que no fue incluido en el libro Un tal Lucas. Su título: Lucas, sus erratas.
        Aquí un párrafo del mismo que tiene profundos ecos con lo que tú arriba nos compartiste (y que ocasionó que se agitara, inquieto, mi subconsciente):
        «Todo es inútil (pensamiento que Lucas pensó seriamente convertir en el título de un libro) porque las erratas como es sabido viven una vida propia y es precisamente esa idiosincrasia que llevó a Lucas a estudiarlas lupa en mano y preguntarse una noche de iluminación si el misterio de su sigilosancia no estaría en eso, en que no son palabras como las otras sino algo que invade ciertas palabras, un virus de la lengua, la CIA del idioma, la transnacional de la semántica. De ahí a la verdad sólo había un sapo (un paso) y Lucas tachó sapo porque no era en absoluto un sapo sino algo todavía más siniestro. En primer lugar el error estaba en agarrárselas contra las pobres palabras atacadas por el virus, y de paso contra el noble tipógrafo que se rendía a la contaminación. ¿Cómo nadie se había dado cuenta de que el enemigo cual caballo de Troya moraba en la mismísima ciudadela del idioma, y que su guarida era la palabra que, con brillante aplicación de las teorías del chevalier Dupin, se paseaba a vista y paciencia de sus víctimas contextuales? A Lucas se le encendió la lamparilla al mirar una vez más (porque acababa de escribirla con una bronca indecible) la palabra errata. De golpe vio por lo menos dos cosas, y eso que estaba ciegoderabia. Vio que en la palabra había una rata, que la errata era la rata de la lengua, y que su maniobra más genial consistía precisamente en ser la primera errata a partir de la cual podía salir en plan de abierta depredación sin que nadie se avivara. La segunda cosa era la prueba de un doble mecanismo de defensa, y a la vez de una necesidad de confesión disimulada (otra vez Poe); lo que hubiera podido leerse allí era ergo rata, conclusión cartesiana + estructuralista de una profunda intuición: Escribo, ergo rata. Diez puntos.»
        Buena noche.

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        1. Ovación de pie, estimado Enrique. Agradezco muchísimo el diamante de cita que compartes y, encima, valoro en el alma el empeño puesto en hallarlo entre el corpus cortaziano. Muy divertido, en efecto (amé el cuestionamiento sobre el «misterio de su sigilosancia», qué cosa) y la conclusión brillante: «Escribo, ergo rata». Comprender esas ratas de la lengua nos hace derramar tanta tinta y, al final, se siguen escabullendo, burlándose de nosotros y dejando apenas el rastro de su cola escurridiza.
          De nuevo, gracias.
          Abrazo

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