«Iba a ser mi hija por mucho tiempo»

Foto: www.bloomberg.com
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Con la lucidez que da el dolor, una madre india narra así la muerte de Jaya, su pequeña que no cumplía dos años: «Era mi hija, iba a ser mi hija por mucho tiempo y de pronto no estaba más». Lo cuenta Martín Caparrós en ese terrible dolor que es su libro El hambre (Planeta), terrible pero necesario para asomarnos a la punzante realidad diaria de 800 millones de niños y adultos: irse a dormir sin apenas haber probado alimento en el día. Ni el día anterior. Ni el anterior. Y así por toda la vida.

La mujer, de nombre Sadadi, habla con el escritor en la clínica móvil de un pueblo remoto de India, adonde ahora trajo a su otra hija, Amida, muy flaca y que empezó «a lloriquear como sin ganas». Dice que a Jaya le pasó lo mismo, «que un día empezó a adelgazar, pero que ella no se preocupó. Que habían pasado unos días difíciles, en que casi no conseguían comida, y todos en la familia estaban igual, pensó Sadadi. Solo que Jaya lloriqueaba bajito, se movía cada vez menos, se apagaba; aquella noche, Sadadi se pasó horas acunándola, humedeciéndole los labios, calmándola. La nena se murió cuando empezaba a amanecer».

Cuando uno tiene hijos, se imagina que van a ser suyos por mucho tiempo, por siempre. Nunca le pasa por la cabeza que un día ya no estén. Y menos por no tener algo para darles de comer. Pregunta Caparrós y me pregunto: «¿Cómo carajo conseguimos vivir sabiendo que pasan estas cosas?»

 

Publicado por Julia Santibáñez

Me da por leer y escribir. Con alta frecuencia.

21 comentarios sobre “«Iba a ser mi hija por mucho tiempo»

  1. Respondiendo a la pregunta… no lo sé con certeza, es probable que se trate de egocentrismo e indiferencia hacia el dolor extremo en los desconocidos, que tomemos como irreales esos escenarios y vidas, y el no estar ni tantito cerca de ese pesar, necesidad y sufrimiento, genere una barrera levantada con frases como «a mí nunca me pasará… pobrecitos, que alguien los ayude… gracias a dios yo ni mi familia vivimos eso», las cuales labran una distancia tal que en ocasiones nos hace sentir parte de otro mundo, un mundo que considera que otros deben ayudar.

    Lamentablemente.

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    1. Es todo lo que mencionas, May, y añado un punto más, que vuelve todavía (si cabe) más deplorable la inacción: muchos creyentes de diversos credos piensan que «los pobres» se merecen su condición, que «algo hicieron» para estar así, mientras otros creyentes creen que son «bienaventurados» porque van a tener recompensas en la otra vida. Este mundo es totalmente incomprensible.

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      1. ya… muy cierto lo que comentas. Me resulta incoherente que se diga que muchos requieren una religión para mantener centro o algo que los amarre a este mundo, a una creencia, cuando se caen en estas contradicciones y como bien dices, a una inacción 😦

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        1. Caparrós dice que una de las cosas que más le sorprendieron (y a mí también al leer su libro) es que justo la gente más desamparada, más abandonada de todo y de todos habla mucho de Dios, de que es Su voluntad que sufran. Me resulta incomprensible.
          Abrazo

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  2. Hace muchos años, Eduardo Galeano publicó «Las venas abiertas de América Latina», en el que el panorama colectado respecto de la niñez del continente no distaba del que describe esta madre africana. Hoy se relee y la situación no se ha modificado demasiado. Creo que el capitalismo extremo y la globalización tienen mucho que ver con ésto, y ambos son construcciones humanas.
    Un saludo, Danioska.

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    1. Sí, es parte de lo que comenta el propio Caparrós es cómo ninguna guerra, enfermedad ni plaga es tan letal y, al mismo tiempo, tan evitable como el hambre. El desarrollo no ha hecho más que abrir la brecha entre ricos y pobres, entre sobrepeso y desnutrición. Es terrible, desde todo punto de vista.
      Un abrazo fuerte

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  3. No hasta los niveles extremos de inhumanidad que padecen en la India y en muchos países de África, pero el hambre ya ha empezado a llegar también a nuestro entorno inmediato, aquí en la «rica» Europa. En España hemos alcanzado unos niveles de pobreza infantil más que preocupantes, aunque el gobierno prefiera esconder los datos y acusar a quienes los difunden de ser malos españoles. No de hambre, pero ya han muerto muchas personas desesperadas por su situación económica, hasta el punto que las ha llevado al suicidio.
    Como dice May, quizás nos inmunizamos a lo que percibimos lejano, casi irreal, pero la pobreza extrema, el hambre, ya golpea en nuestra puerta.
    Esta locura acaparadora, codiciosa, que gobierna el mundo nos tiene atrapados en una vorágine de la que parece imposible salir: hay que consumir, conseguir dinero para comprar más, aunque ello suponga llevar a la miseria más absoluta a la mitad de la humanidad.
    El cambio es muy difícil, hay muchos intereses implicados. En mi opinión debe empezar por que tomemos conciencia cada uno de nosotros. Es necesario que revisemos nuestros hábitos de vida, que reflexionemos sobre lo que implican nuestras acciones. Y no creo que haya que apuntarse en masa a ONGs ni enviar dinero como locos a África. Eso es poner tiritas. Como digo, el cambio empieza por cada uno.
    La historia de Sadadi es terrible, y lo es más porque le ponemos nombre. Sadadi podría ser nuestra amiga, nuestra vecina, nuestra hermana. Buen trabajo el de Martín Caparrós acercándose a su tragedia y buen trabajo el tuyo «incomodándonos» al acercárnoslo aquí.
    Un abrazo.

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    1. Gracias por tu comentario, querido Benjamín. Sabía que el tema iba a encontrar eco en ti porque en varias ocasiones has abordado asuntos igualmente incómodos, duros, difíciles de tragar, de esos que nos hacen querer cerrar los ojos y seguir en nuestra irresponsabilidad.
      Como señalas, el hambre es un tema muy complejo en el que se dan la mano injusticia estructural, corrupción, tradiciones, avaricia, ceguera gubernamental, manipulación por parte de organismos internacionales. Por tanto, es complicado erradicarlo, sobre todo porque quienes podrían empezar a hacer algo en serio no están interesados: no es un tema que derive en popularidad o en votos. Creo, como tú, que el cambio tiene que empezar de lo micro a lo macro, pero confieso que leyendo este libro tremendo de Caparrós me siento más que impotente: si en casa procuro que no se desperdicie nada de alimento, de ninguna manera contribuyo a que la situación de las millones de Sadadis cambie. No sé, quisiera poder hacer algo que realmente significara un cambio, no me refiero una transformación del mundo, pero sí al menos de una persona, de una historia. El asunto es que no sé por dónde empezar, qué puedo hacer como ciudadano de a pie.
      Por otro lado está lo que planteas sobre la «cercanía» de la pobreza. Es verdad que nos sentimos muy lejos de estas realidades que estrujan (siempre las ubicamos en la remota África o en la distante India, pero en nuestra misma ciudad, quizá a unos minutos de distancia, vive gente en condiciones de desnutrición). Lo que voy a decir es muy crudo, pero lo creo: quizá esa «democratización» del hambre y la pobreza sea el acicate que necesitamos para entender que como seres humanos, todos somos igualmente frágiles.
      Ya me extendí mucho. El tema cimbra.
      Un abrazo fuerte

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      1. Gracias, Julia. Yo también creo que la «crisis», (que diríase surgida por generación espontánea) que monopoliza cualquier tema de conversación en los últimos años (por lo menos aquí en España), tiene al menos una consecuencia positiva: nos ha hecho más conscientes a (casi) todos, más «humanos», más sensibles a las dificultades por las que atraviesan otras personas, incluso más empáticos. Pero es cierto, la sensación de impotencia a menudo supera cualquier pequeña llama de esperanza.
        Encantado de leer tus extensas reflexiones.

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        1. Es crudo que la empatía no suela surgir en condiciones positivas, sino cuando hay mucho dolor y desesperación, pero al menos es una consecuencia no mala de todo lo negativo que están pasando en España.
          Un abrazo cariñoso, querido Benjamín

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  4. Buena pregunta. Justo pensaba en ello ayer. Supongo que la pulsión de vida es más fuerte, y que a pesar de todos los horrores que se pasean por el mundo, elegimos vivir. Tal vez, porque esa es la manera de darle batalla a tanta injusticia, desidia. Siempre digo que no podemos salvar el mundo, pero sí podemos poner nuestro granito de arena, desde nuestro lugar en el mundo, que por más pequeño que sea ayuda y trae un poco de luz a tanta oscuridad.
    abrazote

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  5. Sin dudas vivimos en un mundo enfermo, se gastan millones de dolares y euros en armamento militar, cuando esos millones se podrian usar para mejorar la calidad de vida en paises pobres … por lo visto es cierto eso de que Satan gobierna el mundo.

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    1. La responsabilidad del hambre es de todos un poco, pero en particular de los gobiernos que priorizan actividades «que dan dividendos» y les importan muy poco (nada) las personas que se mueren de hambre pero no pagan. En fin, como dice Caparrós en el libro, el hambre es el gran fracaso de la humanidad.
      Saludos

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