Autoplagiarse, esa bonita costumbre

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“La originalidad es imposible. Uno puede variar muy ligeramente el pasado, cada escritor puede tener una nueva entonación, un nuevo matiz, pero nada más. Quizá cada generación esté escribiendo el mismo poema, volviendo a contar el mismo cuento, pero con una pequeña y preciosa diferencia: de entonación, de voz. Y basta con eso”, le dijo Jorge Luis Borges a Harold Alvarado Tenorio en una entrevista para Arquitrave, que por azar encuentro en Internet. Releo el párrafo y me detengo. Es una idea muy de Borges, repetida de varias maneras. Voy al estante y abro el ensayo “La esfera de Pascal”, en su libro Otras inquisiciones. Leo la primera línea: “Quizá la historia universal es la historia de unas cuantas metáforas”. Entre las muchas certezas que Borges cuestionó está la de que la originalidad no existe, que lo que nos parece nuevo no es más que una tímida variación de otra cosa. Él mismo regresó incansable a los griegos, los espejos, la teología, Schopenhauer, la literatura inglesa, los tigres, los laberintos. Fueron sus temas recurrentes a lo largo de los años, hasta el punto de apropiárselos y hacer casi imposible que un escritor actual los aborde sin evocar el fantasma del argentino. Lo platicaba hace unos días con un muy querido amigo, quien despertó el tema en mi cabeza.

Hace muy poco leí algo similar en palabras del catalán Enrique Vila-Matas, ganador del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2015. Busco la entrevista en Internet. La encuentro y localizo la frase en cuestión, dicha a Rodrigo Pinto: “La curiosidad es la que me lleva a escribir el mismo libro”. Y ahora recuerdo vagamente que el francés Patrick Modiano, ganador del Nobel 2014, dijo algo parecido el año pasado. De nuevo busco en esa Caja de Pandora que es Internet. Luego de un rato ahí está: “Mirar hacia atrás es algo que intento evitar. Tengo miedo de darme cuenta de que siempre he escrito lo mismo. Me ha sucedido, al corregir un texto, que he comprendido que había escrito casi la misma escena en un libro anterior. Quizás tampoco quería darme cuenta, porque podía paralizarme, podría dejar de escribir. En cierto modo resulta muy desalentador. Mis textos me dan la impresión de ser un caleidoscopio, siempre con las mismas figuras […] He puesto el mismo nombre a personajes de diversas novelas, sin darme cuenta […] la idea de que uno puede pasar a otro asunto es hasta cierto punto una ilusión. Somos prisioneros de nuestras imágenes, igual que somos prisioneros de nuestra voz. Eso es lo terrible. Siempre he tenido la impresión de escribir el mismo libro”. Y, para rematar, hace un par de días vi en el muro de Facebook de mi amigo Rafael un artículo según la cual, de 74 muertes que ocurren en las obras de Shakespeare, 30 son resultado de acuchillamiento. Poco original, el tipo.

Esa línea invisible de autoplagio que une a Borges, Vila-Matas y Modiano con Shakespeare seguro conecta a muchos otros artistas que han dicho (o pensado) algo parecido. Como lectora empedernida lo veo en mis escritores de cabecera. Las novelas de Rodrigo Fresán hablan siempre del proceso creativo, de la búsqueda formal. La poesía de Idea Vilariño está empapada de ausencia. Los cuentos de Fabio Morábito exploran las varias capas que tienen los personajes cotidianos, la vida diaria. En efecto, los libros de un autor suelen abordar cuestiones similares desde ángulos distintos, a veces complementarios y otras, contradictorios. Es decir, parece que sí, cada uno acaba escribiendo el mismo libro. Alguien dirá que es su voz personalísima, que no puede cambiarla. Otro argumentará que es el estilo individual. Dorar la píldora, que le dicen. Si el autor tiene decoro se esfuerza en trabajar los temas de forma diferente o, como el proverbio taoísta: “Hay una forma. Cada uno debe buscar su manera”. Puede ser que narre de forma parecida emociones muy diversas o que cuente lo mismo visto desde lugares nuevos. Al final, nada disipa el tufo de plagio, aunque se cometa contra uno mismo. ¿Y quién soy yo para ser menos? Claro, yo también me autoplagio. Con frecuencia me encuentro tirando a la basura un poema porque antes ya dije exactamente eso. O frustrándome porque por más que intento ser original acabo cayendo en los mismos temas, tonos.

Si fuera consuelo podría esgrimir en mi defensa que es un mal del oficio.

 

 

Publicado por Julia Santibáñez

Me da por leer y escribir. Con alta frecuencia.

22 comentarios sobre “Autoplagiarse, esa bonita costumbre

  1. • “ya no quedan más que citas. La lengua es un sistema de citas” (en Utopía de un hombre que está cansado, El libro de arena). Fagocitar, deglutir y defecar, es inevitable, uno absorbe aunque no quiera, incluso de uno mismo. Por lo que esa triada FDF es uno de los placeres e la vida. No somos solos, somos siempre en sociedad.

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    1. El FDD como gran placer totalizador, al que solo le faltaría incluir algún otro más bien lascivo para resumir los mejores dispensadores de gustos en esta Tierra! Y me llevas a pensar: si un artista se autoexiliara desde la adolescencia, no tuviera Internet, no leyera nada, no se comunicara con nadie, crearía? Qué cosas?
      En fin, voto por crear al partido FDF.
      Abrazo.

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      1. Me gusta lo del partido, pero ups, he equivocado las siglas, sería FDD. Voltaire ya creó la figura de Cándido imaginando como sería ese ser aislado. Pero podría surgir un alma contrairada, y carecería de candidez, quién sabe en que modo de creación encontraría su plenitud personal (la destrucción puede ser tamibén un arte). Lo que sí creo, es que hay mucho mundo interior en cada uno de nosotros como para ser capaces de crear sin necesidad de referentes externos. Observar las estrellas, la propia naturaleza, observarse a sí mismo, y esos miles de pensamientos al que uno llega en solitario por la propia condición de ser humano y que depués lee en pasajes que otros escribieron mucho antes.

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        1. Las siglas son lo de menos, el asunto es el partido, querida. Y en cuanto al Cándido, no sé qué crearía, no estoy tan segura de que el mundo interior baste para detonar una obra realmente poderosa, es decir, sin entrar en diálogo con otros no solemos vernos. Podríamos proponer el experimento a una de esas universidades gringas que hacen los estudios más increíbles y absurdos. Éste seguro vale la pena. =)

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  2. Pues yo plagio sonrisas, miradas, abrazos… somos todos de la misma arcilla, modelada por el tiempo…
    Sí, en definitiva, escribimos sobre las huellas de nuestras palabras…

    Pero como dice la tradición Zen. Cuando cierto discípulo le dijo a su maestro. Quiero la iluminación; el maestro le contesta. ¿Ya has hecho tu cama? ¿has barrido tu casa?¿has fregado tu cocina? – No maestro. – Pues, haz tu cama, barre tu casa, frega tu cocina…

    Es así, solo así, que alguna vez se alcanza la iluminación Zen. Y supongo que a base de repetirse con las letras, y no perderse, se consigue escribir, moldear, nuestra voz definitiva.
    Claro que no todos podemos llegar a la cima de un Borges, pero si mejorar un poco en cada autoplagio…

    Un abrazo

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    1. Claro, es a lo que uno tiende, a mejorar un poco en el proceso, pero a veces igual me resulta frustrante, limitante. Ni hablar. Supongo que cuando nos encontramos traemos en la próxima reencarnación podré hablar de otras cosas, en otros tonos. Al menos en eso cifro mi esperanza.
      Un abrazo, querido.

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  3. Recuerdo haber tocado este tema (inagotable) contigo. Recuerdo que aquella vez cerramos el diálogo en el acuerdo de que cada vez que escribimos un texto, ese texto es en sí, nuevo. Recuerdo que ejemplificamos nuestras ideas con libros y autores e, incluso, con besos (cada beso es nuevo, único e irrepetible ¿Lo recuerdas tú?).
    Caramba, he tenido un deja vu…

    Caramba, he tenido un deja vu…

    Caramba, he tenido un deja vu…

    ¿Son estas tres expresiones iguales? ¿Qué diría Pierre Menard? No casualmente estoy leyendo un par de libros que tocan el tema, uno de ellos como eje central, el otro de manera aleatoria, entre otros tópicos varios (decir que los estoy leyendo es casi una exageración, los estoy acariciando con mis ojos, podría decir. No quiero que se terminen, no quiero dejarlos muy lejos de mí). Citarlos me sería imposible, Contra la originalidad, de Lethem (de quien también hemos hablado algunas veces) tendría que ser transcrito en su totalidad; y aún así no se acabaría con el tema, pero ya estaríamos mucho mejor encaminados.
    La idea de una Danioska repetida no es del todo mala ¿sabes? Fotocopiando Danioskas… Sí, creo que podría funcionar…

    Abrazos.

    Abrazos.

    Abrazos.

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    1. Pobre mundo, qué te ha hecho, si una Danioska a ratos resulta atosigante no quiero imaginar varias, fotocopiadas. Dejémoslo ahí.
      Sí, claro que recuerdo que hemos hablado de cómo las cosas nunca son iguales, ni los libros cien veces leídos ni el beso que diste al ser amado hace un año ni el que le des hoy. Es un gran tema, querido, que no se agota y más bien expande sus ramas. Será quizá parte del mismo destino, el que empuja a no salir de un par de asuntos que, además, suelen estar interconectados. Ay, y yo que de niña soñaba con ser original…
      Abrazos en serie.

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  4. Me acusarán de ateo, pero es lo mismo que pasa con Murakami. Solo le cambia el título a sus novelas. Y la constante que lo distingue es la aburrición al leerlo…

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  5. Me ha gustado. Abre un tema que da para bastante conversación y debate, más de lo que se podría en un comentario.
    Pero en parte, ¿no podría, de alguna manera, revelar el hecho de «autoplagirase» que el escritor no ha cambiado, evolucionado, aprendido, etc., nada o poco?
    Comprendo que al fin y al cabo, un escritor es una persona con unos puntos de vista y actitudes basadas en la sociedad en la que se crió (y sigue estando), su experiencia, etc., y plasma en su trabajo su visión del mundo, la cual está limitada por ese mismo punto de vista. Por lo que, si él/ella no cambia, está abocado a repetirse. ¿No?
    Como digo, esto da para mucha conversación.

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    1. Me pones a pensar con tu comentario y me parece, Javier, que es más bien un asunto de matiz. A ver, trataré de elaborar un poco. El escritor, el artista, como toda persona, se mueve de lugar. No siempre evoluciona, a veces involuciona, pero lo cierto es que va viendo con ojos distintos, aunque sus obsesiones suelen mantenerse. Claro que al pasarlas por el tamiz de nuevas experiencias, de nuevos miedos o gustos o intereses cambian un poco, pero son reconocibles. Se me ocurre una imagen: el tema recurrente es un monte, nada espectacular pero muy vivo. A lo largo de los años el escritor lo narra en verano, cubierto de nieve, al amanecer, apenas una sombra de noche sin luna, incluso usa Photoshop para ponerle un filtro morado. Luego habla de la fauna que lo habita, de cómo era siglos atrás, pero el monte sigue siendo el monte. No sé, creo que algo por ahí pasa con frecuencia.
      Gracias por enriquecer la discusión, Javier.
      Saludos.

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  6. Es curiosa, por frecuente, esa sensación de volver sobre lo mismo de grandes escritores como Borges, pero en realidad la originalidad no es imposible, lo imposible es no ser diferente: aunque caminemos sobre nuestros propios pasos nunca es igual, nunca es idéntico camino, siempre es algo nuevo. 🙂

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  7. La verdad es que no me importa que el escritor se autoplagie. Lo importante es que lo que cuente lo haga de forma que atraiga mi atención, y ahí es donde juega un papel fundamental el estilo, la voz que comentaba Borges. Cuando leo necesito escuchar esa voz, que sea firme, convencida de lo que cuenta, aunque hable más o menos de lo mismo que ya me contó en un libro anterior.
    Como escritor procuro explicar cosas diferentes en cada nueva obra, aunque supongo que lo que acabo haciendo es contarlas de forma diferente… o eso espero.
    Un post interesantísimo.
    Abrazos repetidos con cariño renovado. 😉

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    1. Es la esperanza que guardamos todos en el cajón, querido, y que (me parece) nos reta cada vez. En otras cosas, por eso dicen que escritor es aquel a quien le cuesta más trabajo escribir que el resto de la gente, ja.
      Un abrazo muy muy fuerte, como si fuera el primero.

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