Cuanto más me río de Don Quijote, más lo quiero

Pintura: Honoré Daumier
Pintura: Honoré Daumier

Se sigue sumando gente al reto de leer el Quijote en este 2016. Da click aquí para ir a la lista actualizada. Si quieres entrarle al reto sólo apunta tu nombre en los comentarios y te mantendré al tanto de lo que vamos haciendo y comentando.

Gracias a Carlos Carranza por compartir este artículo de Francisco Rico publicado en El País que, entre otras cosas, dice: «Me gusta lucubrar que El Quijote ilustra en grado soberano un aspecto esencial de la condición humana: vivir contándonos a todo propósito historias sobre nosotros mismos que se enfrentan con las limitaciones y condicionamientos de las circunstancias». O, como dice mi amigo Javier: «Cada quien se cuenta las historias que necesita contarse». También Gerardo Cárdenas, desde Chicago,  y Camarero, desde Cuba, han estado posteando sobre el tema textos más que interesantes en sus blogs, de por sí muy ricos. Recomiendo muchísimo darse una vuelta por ellos, dando click sobre sus nombres. Luego de las noticias parroquiales paso a comentar algo sobre la primera aventura de don Quijote (capítulo II).

Aún sin Sancho Panza, el aspirante a caballero encuentra en el camino una venta, suerte de posada sencilla en la que él cree ver un castillo con torres de plata y dos hermosas doncellas en las mozas-criadas-prostitutas que esperan en la puerta. Aquí empieza Cervantes a reírse del personaje y, al mismo tiempo, hacerlo querible.

Para hospedarse en la venta-castillo donde velará sus armas y será nombrado caballero, don Quijote llega con toda la armadura puesta. Sólo accede a quitarse las piezas que cubren pecho y espalda, pero no la gola (que protegía el cuello) ni la celada (resguardaba la cabeza). Así se sienta a la mesa: «[…] era materia de grande risa verle comer, porque como tenía puesta la celada y alzada la visera, no podía poner nada en la boca con sus manos si otro no se lo daba y ponía, y, así, una de aquellas señoras servía de este menester». Es decir, al sujetar la visera con ambas manos necesita que alguien le ponga alimento en la boca, explica la nota de Francisco Rico. Para beber, el dueño de la venta hace una especie de popote o pajilla con una caña: «y puesto el un cabo en la boca, por el otro le iba echando el vino».

Esta imagen del Quijote me da ternura, provoca risa y también enternece, todo al mismo tiempo. Es tan aparentemente ingenuo pero apasionado que me pasa lo que dijo el poeta Luis Cernuda: «Ante don Quijote nos damos cuenta de que comenzamos a amarle cuando acabamos de reírnos de él […]». Y sí, su entusiasmo delirante, la pasión que lo desborda y por la que está dispuesto a todo, primero a recibir burlas pero también a arriesgar la vida, hace que cuanto más me río de él, más lo quiero.

Publicado por Julia Santibáñez

Me da por leer y escribir. Con alta frecuencia.

13 comentarios sobre “Cuanto más me río de Don Quijote, más lo quiero

  1. Añado estas palabras románticas, abundantes en la «falacia patética», que Heinrich Heine le dedicó al Quijote. Aparecían como prólogo en el primer ejemplar del Quijote que leí en mi vida, y en cierto sentido siguen acompañando mis lecturas del caballero de la triste figura, incluso muchos años después…

    El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, escrito por Miguel de Cervantes Saavedra, fue el primer libro que leí tras haber alcanzado una edad juvenil razonable y dominar de alguna forma los rudimentos de la lectura. Aún recuerdo como si fuera hoy aquella edad temprana, cuando una buena mañana me escapé furtivamente de la casa y me fui corriendo al parque del palacio, para poder leer allí el Don Quijote sin ser molestado. Era un hermoso día de verano; en la incipiente y serena luz de la madrugada yacía la primavera floreciente, y escuchaba las alabanzas del ruiseñor y sus dulces zalamerías, y éste entonaba sus cánticos halagadores con tan cadenciosa ternura, con tanto entusiasmo embriagador, que hasta los retoños más escuálidos se abrían, los hierbajos voluptuosos y los escasos rayos de sol se besaban ardientemente, y árboles y flores se estremecían de placer. Pero yo me senté en un banco de piedra musgoso, en la llamada Avenida de los Suspiros, no lejos de la cascada, regocijando mi corazón de niño con las aventuras portentosas del intrépido caballero.

    En mi simplicidad infantil, todo lo tomé por cierto; y por muy en ridículo que le dejasen los acontecimientos al pobre caballero, pensaba yo que esto tendría que ser así, que el ser escarnecido era algo tan propio de la heroicidad como las heridas del cuerpo, las que tanto me acongojaban, que en mi alma las sentía. Era un niño, y no sabía de la ironía que Dios había creado en el mundo y que el gran poeta había imitado en su pequeño mundo impreso, así que derramé las lágrimas más amargas cuando el noble caballero sólo recibía ingratitud y palos por su hidalguía. Y como quiera que yo, no habituado todavía a la lectura, pronunciaba en voz alta cada palabra, aves y árboles, riachuelo y flores todo lo escuchaban; como esas inocentes criaturas de la Naturaleza, igual que los niños, nada saben de la ironía del mundo, todo lo tomaban igualmente por cierto y lloraban conmigo por los sufrimientos del pobre caballero; hasta un roble viejo y honorable sollozaba, y la catarata sacudía violentamente sus barbas blancas y parecía censurar la perversidad del mundo. Sentíamos que lo heroico del caballero no era menos digno de admiración porque el león, sin ganas de luchar, le diese la espalda, y que sus hazañas eran tanto más gloriosas cuanto más débil y escuálido era su cuerpo, cuanto más mohosa fuera la armadura que le protegía y cuanto más miserable fuese el rocín que le llevaba. Despreciábamos a la baja plebe, que engalanada de coloreados mantos de seda, educada dicción y títulos de duques, se mofaba de un hombre que era muy superior en facultades mentales y en sentido del honor. El caballero de Dulcinea alcanzaba escalones cada vez más altos en mi admiración y se hacía cada vez más merecedor de mi amor cuanto más leía en ese libro maravilloso, cosa que ocurrió diariamente en aquel mismo parque, de tal suerte que llegué en el otoño al final de la historia; y nunca olvidaré el día en que leí lo de aquel triste combate, que tan vergonzosamente perdió el caballero.

    Era un día nublado, feos nubarrones surcaban el cielo grisáceo, las hojas secas caían dolorosamente de los árboles, gruesas gotas de lágrimas pendían de las últimas flores, las que, tristes y marchitas, dejaban caer sus cabezas moribundas; hacía ya tiempo que habían callado los ruiseñores, por doquier fijaba en mí su mirada la imagen de lo perecedero, y casi se me partió el alma cuando leí que el bravo caballero, molido y aturdido, rodaba por los suelos, y que, sin alzarse la visera, como si hablara dentro de una tumba, con voz debilitada y enferma, dijo: «Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo, y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza, y quítame la vida, pues me has quitado la honra.»

    ¡Ay, aquel reluciente caballero de la Blanca Luna, que derrotó al hombre más valiente e hidalgo del mundo, era un barbero disfrazado!

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    1. Qué gran texto nos regalas, Jorge, ¡muchas gracias! Coincido con Heine (vaya soberbia la mía, ja) en que «sus hazañas eran tanto más gloriosas cuanto más débil y escuálido era su cuerpo, cuanto más mohosa fuera la armadura que le protegía y cuanto más miserable fuese el rocín que le llevaba».

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  2. Considero que es una fortuna que mi ejemplar del Quijote sea el comentado por Martín de Riquer, porque así no sólo tengo a la mano a Cervantes y a sus entrañables personajes, sino que puedo leer los comentarios y notas de uno de los principales lingüistas, filólogos y críticos literarios del siglo XX. Hay veces que me pierdo tanto en los eruditos y fascinantes comentarios de Riquer como en los episodios del Quijote. El comentario de Riquer que más me ha fascinado en este momento es el que hace el capítulo XXII, el del aventura de los galeotes. Aquí el Quijote libera a una cadena de prisioneros, condenados por el rey a trabajos forzados debido a una serie de crímenes importantes. Riquer hace toda una reflexión en torno al concepto de lo “quijotesco”. En la cultura popular, lo quijotesco ya ha sido adoptado como una actitud prácticamente temeraria en nombre un alto valor moral, ético, o filosófico. El bien por el bien, sin importar el costo o el riesgo. Riquer nos recuerda que es precisamente en ese capítulo donde se da partida al tema de lo quijotesco, pero nos subraya que la anécdota tiene doble filo. Aquí Don Quijote ejecuta un aparente acto de justicia: liberar al preso. Sin embargo, la realidad es que el Quijote pone la cabeza de justicia: libera a criminales que habían sido aprisionados dentro de los parámetros de la ley del siglo XVI. Y el acto no sólo no le es agradecido por los liberados, sino que estos, al contrario, lo atacan y uno de ellos, Ginés de Pasamonte, termina convirtiéndose en una especie de némesis del Caballero de la Triste Figura. Riquer hace notar inclusive que el personaje de Pasamonte está inspirado en un hombre real, que fue contemporáneo de Cervantes y cuya vida en mucho trascurre por una vía paralela la suya, al punto inclusive de combatir en Lepanto y haber sido prisionero de los turcos. Riquer pone sobre la mesa la discusión sobre qué es realmente lo quijotesco, nos hace cuestionar si la peculiar tergiversación de la justicia por parte de Don Quijote es loable en su principio, cuanto no en los hechos. Traslademos, si podemos y queremos eso, a cualquier debate ético de nuestros tiempos. Abrazos a todos.

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    1. Riquísima la anotación de Riquer que nos compartes, Gerardo. Enl pasaje de los galotes, en efecto, don Quijote pasa por alto la justicia, la sujeta a sus propias «leyes» personales, algo así como privilegiar la verdad individual por sobre la social, lo que en efecto era/es/sería cuestionable. Y me gusta mucho lo que subrayas de Riquer: lo «quijotesco» visto no ya como ingenuidad, sino como provocación.
      Por otro lado me encanta el hecho de que Ginés de Pasamonte esté inspirado en una persona real, conocida cercana de Cervantes. Mi edición, comentada por Francisco Rico, añade un elemento más a lo que comentas: «Jerónimo de Pasamonte […] últimamente ha sido propuesto como autor de la Segunda parte apócrifa del Quijote, publicada bajo el pseudónimo de Avellaneda». De comprobarse, significaría que el Pasamonte de la ficción + el real serían verdaderos némesis del Quijote + Cervantes, una especie de juego de cajas chinas que hubiera alucinado a Borges.
      Muchas gracias, Gerardo, cuánto enriqueces mi lectura.
      Un abrazo

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  3. Me he unido al reto oficialmente. Primero, porque me llena de vergüenza que a esta edad y siendo aspirante a bordadora de historias y palabras, jamás hasta ahora he leído la obra. Eso sí, en Guanajuato visite el museo-casa, he visto montón de litografías y se lo que todo mundo sabe: puro lugarcomuneo. Por cierto ¿saben que es uno de los libros que más gente dice haber leído sin haberlo hecho en realidad? Mentirocillos. Yo me quiero salir de esa estadística. Voy lenta pero segura, apenas en el capítulo IV, y justo acabando de leer el pasaje que cita Julia. Si, es de una ternura que apachurra el corazón, incómodo, apetrechado, viendo castillos y doncellas donde no los hay. Pero también a mi me dio ternura el mismo ventero, siguiéndole la corriente y hasta defendiéndolo.
    En cuestiones más técnicas me parece maravilloso el recurso de Cervantes al referir no estar seguro si es Quijada o Quesada… le da una nota de realismo increíble…. como cuentas cualquier anécdota y hay detalles que simplemente se te van.
    En fin…. ¿Cómo no verse un poco en él -o envidiarlo un tanto- «al desvelarse por entender y desentrañar el sentido de los libros que leía con tanta afición y gusto» al grado de desentender todas sus demás faenas, deberes y la misma razón?
    Se que mis comentarios son de una no-iniciada y de antemano pido disculpas, pero esto es de a poco y confío en que me tendrán paciencia. Es mi primera vez—- y a esta edad se me están acabando «las primeras veces» en general, así que…. gracias por la oportunidad.

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    1. ¡Qué maravilla! Me encanta tu sinceridad, Maira querida, no te imaginas la cantidad de gente (incluso entre escritores) que no ha leído obras clásicas y por orgullo va por la vida repitiendo lugares comunes. Al final, no pasa nada, no podemos haber leído todo. Por ejemplo, yo asumo que del Ulises de Joyce sólo he leído pocos fragmentos, y «debería» leerlo todo, pero no quiero hacerlo por obligación, sino cuando pueda dedicarle tiempo y ganas. Así que, bienvenida al reto quijotesco, a esta disfrutabilísima primera vez.
      Lo que mencionas es totalmente cierto, igual que tú siento cierta envidia por ese loco que se entrega en cuerpo y alma a la lectura, que la convierte en eje de su día a día, le pese a quien le pese. Ya verás, conforme avanzas, cómo cada vez se vuelven más y más adorables él y Sancho, cada uno en su tono.
      Anotada está, pues.

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  4. en ese pasaje lo que come es «bacalao con pan» jajaja… me da risa porque así se llama una de las famosas canciones del grupo cubano irakere… gracias al mundo lunático del quijote es que uno sigue leyendo porque se dice a sí mismo: vamos a ver qué se le ocurre a este tipo ahora!!… jajaja… he seguido leyendo, no tengo el libro ahora en mi trabajo… como ya dije, lo leñi estando en el preuniversitario, así que de eso van ya más de 20 años y muchas cosas no las recordaba o las miro diferentes… me entristeció porque no recordaba que el quijote y sancho se vomitaran uno al otro, llenos de golpes recibidos, después de haber probado el «bálsamo» que don quijote preparó… se dice que sancho se vomitó, se defecó… que el quijote se vomitó sobre él, en fin… algo triste porque estaban desvalidos en realidad…

    otra cosa me resulta curiosa: si bien sancho ve las cosas como son y trata de advertir a su caballero antes de cada locura, él mismo está convencido de que el quijote es un caballero andante con todas las de la ley, o sea, no lo acompaña para cuidarlo porque esté «fundío», sino porque está convencido de su papel de escudero como aquel de su papel de caballero…

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    1. A mí no me parece triste ese pasaje donde ambos vomitan, al contrario, me da mucha risa imaginarlos totalmente perdidos por el bálsamo, don Quijote convencido y Sancho, lamentándose (y mentándosela). En cuanto a si Sancho cree que don Quijote sea un caballero andante, me parece que al principio del libro no es así, pero poco a poco se va convenciendo, es decir, la locura de don Quijote termina por seducirlo a él también. Y es que tanta pasión por algo acaba por contagiarse.
      En fin, aquí seguimos, leyendo…

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  5. me falta contar un detalle personal… cuando era niño se puso una versión en dibujo animado del quijote, era española… muy larga… tenía muchísimos capítulos y una música muy pegajosa… cada vez que el quijote entraba «en trance» sus ojos cambiaban a una espiral que giraba y ya los niños sabían que de ahí en adelante todo era su imaginación… cuando leo, todavía le veo los ojos en espiral!!… jajaja…

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