DEL «CHIRAS PELAS» AL «HACERNOS WEYES»

Aunque casi quinientos millones de personas hablamos español como lengua materna, para decir que alguien es vanidoso, únicamente los mexicanos acudimos a expresiones como se cree la divina garza envuelta en huevo, la mamá de los pollitos, la gran caca, la mamá de Tarzán, la última coca del desierto. O si la parienta tiene un logro inesperado, nos sale rebonito del pecho: ¡Bien bajado ese balón! Y el resto aplaude, porque entiende.

            Me fascina encontrar en un libro esas y otras expresiones guaracheramente propias, de mi rompecabezas cotidiano, oral y escrito. Recuerdo a mi mamá decir ¡línguili, línguilipara referirse a que uno andaba de flojo, y a mi amigo Armando Vega-Gil mencionar que había caído una lluvia mojapendejos: corta y leve. En estos días comento que un proyecto hizo chiras pelas, es decir, se canceló; oigo en la calle a una chava reírse por celular al decir que se echó un rapidínuna relación sexual en tiempo escaso, mientras mi hija cuenta que su amiga se manchó: no lleva aguacate en la solapa, sino le faltó el respeto a otra. El libro soberbio que compendia todo esto es el Diccionario de mexicanismos. Propios y compartidos, que la Academia Mexicana de la Lengua (presidida por el escritor Gonzalo Celorio) publicó a fines de 2022. Son unas ochocientas páginas de oralidad, acepciones, juego, eufemismo. El proyecto lexicográfico lo presidió durante más de una década la lingüista Concepción Company Company, mi maestra en la UNAM (la boca se me llena de orgullos). Ahí estamos en el humor y en los afectos, pero también en la discriminación, la transa, el sexismo. Ni cómo hacernos weyes.

            Dado que este espacio es breve, me concentro en el juego: inventamos palabras o damos nuevo sentido a las ya existentes, para designar otros referentes. De ese modo surge decir que nos acatarra una persona molesta o que a zutano le dio el jamaicón cuando desde el extranjero añora el país. Y como nos fascinan los diminutivos, muchos platillos que llevan esa forma pierden sentido sin ella: nadie pide en el mercado unas carnes sino unas carnitasvamos al changarro que vende antojitos, cosa radicalmente distinta a ofrecer antojos: así, no apetecen. Está la cochinita pibilla pancitalas gomitas y hasta la quesadilla, con el diminutivo –illa más escondido. Por seguir con el asunto, repetimos flojito y cooperando para quien debe resignarse ante algo o ¡ay, nanita!, para expresar miedo. 

            Es relevantísima la propuesta de este Diccionario: ofrece una imagen de la riqueza del español mexicano y, sobre todo, de cómo hablamos hoy unos cien millones de nosotros, no cómo deberíamos hacerlo. Las voces incluidas están documentadas durante al menos cinco años, con alto empleo tanto por escrito como oralmente.

            Tengo las palabras por vicio y oficio, así que no encuentro mejor cosa que entretenerme en sus páginas. Y sentirme muy muy de mi lengua.

(Originalmente publicado en mi columna La Utora, en el periódico La Razón; la foto que ilustra esta entrada es mía).

Publicado por Julia Santibáñez

Me da por leer y escribir. Con alta frecuencia.

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