Cada mañana escucho el noticiero de Carmen Aristegui (lo confieso: soy «carmelita calzada», le profeso enorme afición). Hoy reportaba la cadena perpetua dictada contra varios argentinos que durante la dictadura militar fueron responsables de la tortura y desaparición de opositores al régimen. Aristegui decía: «Se les acusa de delitos de lesa humanidad», es decir, crímenes que ofenden o agravian al género humano en su conjunto… y me dio por pensar. Recordé la cita de Voltaire: «La vida de un hombre vale tanto como la vida de un millón de hombres». Ni duda cabe, pero acepta un matiz: aunque algunos delitos se cometen contra una persona y son absolutamente condenables, otros tienen un efecto multiplicador. En general, la expresión «lesa humanidad» se aplica a los crímenes que se cometen desde el Estado o bajo su protección y tolerancia. Es decir que el mismo Estado que debería proteger se convierte en delincuente y atenta de manera sistemática contra la población civil por motivos políticos, raciales, religiosos o sociales. México, 2011: me suena conocido y me duele…
Aunque también habría que analizar el costo-beneficio, es decir, algunas decisiones no son tomadas para el bien de una persona o de un grupo de personas sino para el bien de toda una tribu (país, en este caso) a costa de un cierto grupo de personas que en un momento determinado están siendo nocivas para la tribu, por diferentes razones. Difícil saber los resultados porque tal vez aún ni siquiera han salido a la luz, en fin. Es sólo una opinión y no una justificación 🙂
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«…el mismo Estado que debería proteger se convierte en delincuente…» Esto es sumamente grave. Al Estado se le confiere el monopolio de la violencia para que no haya abuso del fuerte sobre el débil, del hábil contra quien es menos hábil, del inteligente sobre el que es menos inteligente, etc. Cuando el Estado (concretamente los funcionarios) usan la fuerza conferida para operar en favor de un grupo específico o cuando es tomado por algún grupo, deja de cumplir su propósito y debe ser replanteado. En efecto, se convierte en delincuente. En México, hace tiempo que el Estado ha sido tomado por un puñado de delincuentes y los funcionarios se han entregado a ellos a cambio de comisiones. Son delincuentes pues. Difícil arrancarlos del poder, no imposible.
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No es imposible pero se requiere mucho más que solo arrancarlos del poder, se necesita construir una nueva estructura que sustituya a la existente. Ahí está la mayor dificultad, creo yo, porque implica luchar contra atavismos, formas enraizadas de ser y actuar desde el poder. Ojalá seamos nosotros la generación que logre un cambio en México.
Un abrazo
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