Tenía unos seis o siete años. Mi papá era el ídolo de mi pequeño mundo (a 28 años de su muerte creo que sigue siéndolo). Yo esperaba despierta por la noche para verlo llegar y compartir un poco antes de dormir. De mañana no coincidíamos, así que esos minutos eran «mi tiempo» con él.
Esa noche no logré verlo: no sé si el sueño me venció o si él llegó tarde, pero a la mañana siguiente encontré sobre mi mesa de noche el diamante más grande del mundo, camuflado en esta esfera de cristal con una nota: «Para mi reinita».
Pesada, azul, con burbujas de aire, me pareció el objeto más lindo que había visto en mi vida, el más valioso. A lo largo de los años me ha acompañado en recuerdo de esa niña que se sintió reina del cosmos.
Si en un incendio tuviera que elegir entre la esfera, un portafolio con miles de dólares y todas las piedras preciosas que la Tierra posee no lo pensaría un segundo: salvaría este pequeño universo azul.
Talismanes que la vida nos va dejando aquí y allá. Compañeros fieles que sintetizan memorias, actos, momentos, palabras, gestos.
Un bello post. Me gustó mucho la íntima y delicada exposición del tema.
Cariños.
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Gracias mil por tu regalo de palabras.
Abrazo
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