Por azar tropiezo en el librero con el muy breve volumen de La leyenda del Santo Bebedor, de Joseph Roth (Anagrama). Lo leí en julio de 1996 según consta en mi anotación de la primera página. Ahora lo releo en una sentada, me gusta, pero en esta ocasión me llama más la atención el prólogo del traductor Carlos Barral. En él hace una magistral apología del alcohol. Aquí un fragmento:
«[…] no me he acostumbrado a tolerar a los abstemios dogmáticos, a esas gentes que, no se sabe por qué, se alegran de que uno no beba e ignoran que la embriaguez alcohólica, controlada hasta donde sea posible, es un método de conocimiento cultural y de interpretación del mundo en general, absolutamente imprescindible […] Ignoran la gloria de los paraísos artificiales, el aliento a la imaginación creativa, la mitigación de las timideces y la burbuja de cordialidad y de solidaridad con la que el alcohol envuelve a los que lo aprecian».
Por desgracia no soy una gran bebedora (aguanto poco y no practico con frecuencia), pero suscribo lo señalado por Barral. En estas fechas de disipación valga la cita para justificar algún exceso etílico…
El alcohol x si solo es agresivo y en manos de un ser humano o no genera tarde o temprano efectos indeseados.
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