
Pondría una caricatura simpática sobre las elecciones de ayer en México pero:
- Todo indica que el siniestro Alejandro Murat, del PRI, gobernará Oaxaca, estado que adoro y al que me une más de un arraigo. La «noticia» me pone mal.
- En el D.F. (que no CDMX) ganó la apatía para elegir a los 60 miembros de la Asamblea Constituyente. No hay manera de que entendamos que no votar es darle el voto a los partidos mayoritarios.
- De nuevo (¿como hace cuánto?) la sombra del narco mancha la política en este país, como bien dice este cartón de Antonio Helguera, en el que partidos y narco son una misma cosa.
Lo que debería darme gusto es que voté por Katia D’Artigues, periodista y candidata independiente de mi confianza, a quien conozco hace años. Aunque ligada al lamentable PRD, Katia impulsará en el constituyente los derechos de las personas con discapacidad (ella misma es madre de un niño con Síndrome de Down y me consta su compromiso con el tema), además de la equidad de género. Ella resultó ganadora y espero que, de veras, el PRD le dé la total libertad que prometió. Pero lo dudo.
Ay, la sifilítica política.
Me temo que la política está más o menos igual en todas partes. Eso sí, sus efectos se notan más en unos sitios que en otros.
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México está en un absurdo hoyo de corrupción y violencia que no parece tener salida.
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Aquí quizá no estemos (aún) tan mal. Pero hay que ser muy optimista (y ya sabes que no doy el perfil) para ver la salida.
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Yo suelo serlo, pero la política barre con toda mi buena fe.
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En eso si coincidimos y me temo que muchos más también lo hacen.
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Protestar ante estos asuntos se vuelve una historia cíclica de desaliento. No hay modo (ni lo habrá) de que esto se revierta en la medida en que la gente no tome conciencia del poder que tiene ¿pero cómo hacer que esto ocurra cuando esa misma gente está atosigada por problemas y por la estupidez generalizada de los medios que esos mismos políticos crean y mantienen? He ahí el cíclico problema.
Un abrazo contenedor, en la medida que pueda servir de algo.
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