Tenía ocho años. Mi cuerpo era mío. Para forzar el músculo entre mis piernas usaste tus dieciocho. La boca infantil fue tu objeto de placer. Y advertiste: «no digas nada, nadie te va a creer». Por largo tiempo fingí que lo olvidaba. Al fin, con veinticuatro, lo trabajé en terapia. Tenía ocho años. Y humillación.Sigue leyendo «HOY ROMPO EL PACTO DE SILENCIO»