Yo tenía 17 años. Y tenía un novio. Era guapo, simpático, besaba como los dioses. Cuando cumplimos un mes de entusiasmos me regaló unas flores y una tarjeta con un gran “Muchas felisidades” (sic) en tinta roja. Decía algo más, pero ya no llegué a leerlo. Calores, atragantamiento, pena ajena. Esa misma tarde corté conSigue leyendo «Sapiosexual (o por qué me excita un buen cerebro)»