«[El cuerpo] era el único instrumento del que disponíamos, el único instrumento para entendernos, el lenguaje del cuerpo que llega detrás, delante, al margen de las palabras, al margen del habla, que pronto nos resultó insuficiente. El cuerpo suplía nuestra carencia de lenguaje, ese algo que se nos escapaba desde el principio. El cuerpo era la única forma en la que se me abría un camino directo hasta él, hasta su oscuro interior».
Leer El sabor de un hombre, de Slavenka Drakulic (Anagrama), alteró mis días, lo reconozco. Pocas veces me he encontrado («me ha golpeado», debería decir) una novela tan nítida, tan incisiva, tan temblorosamente sensible y escrita con la poesía de las entrañas. El cuerpo como protagonista absoluto de una historia de amor devorador, como un lenguaje pleno y suficiente, como la memoria más certera, el «hambre divina» por el amado llevada hasta sus últimas consecuencias, un hilo tenso resuelto de la manera más lógica… según la lógica del erotismo más extremo. La contratapa cita a un crítico de The Guardian, según el cual «la prosa de Slavenka Drakulic tiene la intensa, descarnada poesía de Marguerite Duras». Nunca mejor dicho.


Me lo apunto para mi próximo paso por la librería. Mil gracias.
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Cuando lo leas déjame saber qué piensas…
Saludos
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