Sábado, 7:15 am. Me despierto o me doy cuenta de que estoy despierta, da igual. Un par de pájaros corta el silencio. Todo está en calma, incluso mi mente. Aunque afuera hace frío, las cobijas son muy acogedoras. En un par de horas me alistaré para ir a la yoga y mientras tanto disfruto mi compañía, me gusta habitar mi piel. Medito un poco, saboreo la paz como un caramelo. Luego me estiro a tomar la novela que me tiene alucinada: El sabor de un hombre, de la croata Slavenka Drakulic (Anagrama). Su escritura es elegante, cruda, interiorista. Tras un par de páginas me encuentro con esto: «Por dentro, me sentía totalmente revestida por José. Me sentía como un abrigo forrado, como si el lado interno de mi propia piel estuviera revestido por la suya como un forro».
Pensaba leer bastante más pero me quedo con esas líneas. Cierro el libro y me voy rumiando la poderosa imagen de una piel revestida por dentro. Yo misma adquiero otro rostro este sábado.