9 p.m. Hotel Donají. Tehuantepec, Oaxaca. En la laptop, escribo a marchas forzadas en mi cuarto de hotel, terminando un texto que debo mandar a primera hora al D.F., para que entre en la revista de mayo. Mientras, en la plaza junto al hotel, una feria de pueblo atrae a tehuanos grandes y chicos. Música estridente y luces de colores prometen diversión en un pueblo en el que el tiempo es gelatinoso.
En un puesto, como hace un millón de años no oía, un merolico va guiando el juego tradicional de lotería a través de un altavoz. El eco me llega en el aire caliente de la noche: «La sirena… El venado… La dama que espera a su galán… El corazón…». Luego se da licencia e introduce una rima manoseada: «La rosa rumorosa y olorosa».
Imagino a los jugadores que, frijolitos o fichitas en mano, van llenando su cartón con figuras en el orden en el que el merolico «canta» cada una, porque las va sacando de un mazo de cartas. El primero que la complete y grite «lotería» gana la partida.
«El diablito… La luna que entra por tu ventana… La bandera tricolor… Camarón que se duerme se lo lleva la corriente…». Me parece de una ingenuidad hermosa.
Curiosa, no aguanto, de todas formas me cuesta concentrarme con el sonsonete de fondo. Interrumpo la escritura y voy a la plaza. Sobre largas bancas, unos 20 jugadores están atentos. Todos de vestimenta muy sencilla, hay parejas, una abuela con sus nietos, una mujer sola, alguna familia. Las fichas que ponen en cada casillero son granos de maíz, secos. Cuelgan del techo de lámina los premios que los concursantes pueden llevarse a casa: ollas de aluminio, sartenes relucientes, hasta un enorme bote de basura. Nadie se ríe, es un juego serio. Por diez pesos, si la suerte les ayuda, pueden ganar una olla de más de cien.
El cantador sigue sacando cartas y leyendo cada una: «El paraguas… El alacrán… El catrín». En eso, la abuela y sus nietos, concentrados en no perder detalle, ponen un grano de maíz y gritan: «Loteríaaaaa». Viene el cantador a verificar que sea verdad. La pequeña familia se ve contenta, expectante. Sí, ganaron, certifica el juez improvisado. Entonces pueden escoger su premio: eligen una olla, brillante, bonita. Se van felices, pisando la noche y con una felicidad tan redonda entre las manos, que me da cierta envidia. Ahí se queda su cartón y su maíz. «La sirena… El jarrito…».
que lindo es leerte cotidianamente, besos
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Qué sorpresa, amiga queridísima, gracias.
Besote
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Que bueno conocer otras costumbres. Saludos.
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Gracias por venir conmigo al viaje…
Abrazote
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Encantada de hacerlo y si no fuera virtual…, todavía más. Un saludo.
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Reblogueó esto en Cultureando en Barinas.
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Deberías ser nómade, D. ¡Qué deliciosa crónica! Se huele, se saborea, se comparte, se aprende, se disfruta, se…
Aunténtico color local (en el sentido de Capote, no en el de Borges-Casares).
Besos. Y espero que hayas terminado ese artículo, aunque me alegro de que lo hayas tenido que interrumpir por unos minutos.
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Por Fortuna lo terminé, aunque significó un poco menos de sueño, querido. La gente aquí es tan rica, tan compleja pero al mismo tiempo esencial, una maravilla.
Abrazote grandote
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Me encanta. Me resulta muy interesante todo lo que cuentas y la fotografía es enternecedora, me encantaría participar en el juego.
Gracias amiga por ilustrarnos con cosas sencillas que, al final, son las más grandes.
Besos
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Vieras el mar de cosas que me hizo sentir esta pequeña familia, con la sencillez de su alegría.
Un gran abrazo
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Muy interesante lectura
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Fue fascinante vivirlo, de verdad.
Un abrazo
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