Infatuación. Me encanta la palabra infatuación. Implica fracturar la rutina en mil pedazos, sentir el shot de adrenalina, doblarse por el temblor de piernas. Según el Diccionario de la Real Academia es el acto de infatuarse, y éste viene de fatuo: falto de razón o entendimiento. Es decir que infatuarse es perder la cordura, volverse loco, estar enajenado, ser un insensato, perturbarse. O sea, enamorarse. Dicen que algo parecido sienten los adictos al juego: esperan una recompensa espléndida, aunque no tienen idea de cuándo ni cómo llegará. Ni siquiera están seguros de que vendrá, pero la posibilidad es un señuelo apetecible a morir.
La primera vez que me volví loca de amor tenía 12 años. Estaba de viaje con mis papás y en cada hotel que tocamos tuve a bien raspar una pequeña “E” en alguna parte del cuarto: la mesa de noche, la puerta del cuarto, hasta la cabecera de la cama. La inicial del nombre de mi codiciado Enrique obraba como escudo de armas de quien se lanzaba en pos del amor, porque lo había probado y sabía que nada más en el mundo valía la pena. Apasionado del futbol y los números, sociable a morir, nada interesado en los libros, Enrique y yo éramos radicalmente diferentes. Justo por eso me encantaba. Mis papás, como todos los papás, no se enteraron de nada. Y el dueño de mi amor, tampoco. Es más, no se había enterado de mi existencia.
La fascinación del trastorno
Enamorarse es fascinante. Aunque a nivel bioquímico sea casi un trastorno mayor, el coctel de hormonas que dispara hace que uno se sienta de regreso de un viaje interespacial. La psicóloga Shauna H. Springer compara el enamoramiento a ingerir cocaína, tener un rush de droga. Debido a la abundancia de dopamina y norepinefrina en el cuerpo, el enamorado experimenta una aceleración del pulso, vive en euforia, tiene acusado deseo sexual, vibra, mejora su autoimagen. El asunto se complica cuando, después de un tiempo, el enamoramiento pasa. Y se complica todavía más cuando uno se infatuó (qué bonito suena) de quien es diferente. Entonces puede ocurrir que las diferencias que primero fueron atractivas se vuelvan motivo de rompimiento. O no.
Los psicólogos Nathan Hudson y Chris Fraley estudiaron qué tanto el hecho de que ella y él se parezcan implica mayor felicidad en una relación de pareja. Encontraron que no necesariamente es así, es decir, muchas variables inciden en el bienestar de las parejas satisfactorias, pero que en general las relaciones estables experimentan mayor grado de plenitud cuando sus miembros comparten algunos rasgos de personalidad y son diferentes en otros. Como dicen: “Donde dos piensan exactamente igual, uno está de sobra”. Y sí, coincido. En mi caso, he tenido parejas suficientes como para armar una baraja sin repetir palo (perdón). He tenido galanes altos y bajos, guapos y lo contrario, algún cubano, italiano, gringo, colombiano y, claro, mexicanos. Ha habido morenos, güeros, negros. Si busco rasgos en común veo que no hay un tipo físico determinado. Creo que lo único que los hermana, además de su buen gusto, es que en todos he visto algunos rasgos afines a mí y algo que yo no tengo. Y no, no me refiero sólo a eso que no tengo (ejem), sino a que al menos de primera instancia me atrajeron por parecerme interesantes, excitantes, divertidos, retadores. Ahí está la clave: me gustan los retos. ¿Será ésta la razón por la que a muchas mujeres nos resultan taaan atractivos los hombres distintos a nosotras? ¿Porque tienen un cierto misterio y no podemos descifrarlos de golpe?
Según el sitio The Modern Man, la mayor parte de las mujeres elegimos pareja por motivos que van mucho más allá del atractivo físico. Si una chica es medianamente guapa, lo más probable es que muchos hombres quieran tener sexo con ella. Nada nuevo hasta ahí, es más, incluso puede resultar aburrido, por predecible. En cambio, un hombre que represente algo desconocido se convierte en un imán. Y si la diferencia viene acompañada de una mezcla de incertidumbre y deseo, envuelta en ternura e interés mutuo, hormonas y buen trato, el resultado es predecible: ella (y cualquiera) se muere de amor. El asunto es qué hacer con esas diferencias pasado el subidón de hormonas. Como apunta la terapeuta Gwendolyn Seidman: quizá la clave no está en que los dos miembros de la pareja tengan que ser iguales, sino en que sepan hablar de los puntos en los que no coinciden y entenderlos. Claro, suena precioso. Casi como la palabra infatuación.
(Originalmente publicado en el sitio Univision Trends).
He quedado infatuado de esta entrada y repartido en miles de palabras. Fui concepto químico, físico, etimológico, y aún así queda tanto por recordar de donde dejé las marcas del amor, ese escudo del cual haces referencia.
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Pasa, sí. El enamoramiento es una locura que borra toda referencia objetiva, porque cuando se pone objetivo entonces es que está por morir. Igualito que don Quijote.
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Palabrasaflordepiel:
¡Saludos !
Siempre interesantes tus notas,
Es cómo bien dice tu apelativo:
«Palabras a flor de piel»
Palabras verdaderas, palabras con sentido, con el sentido claro de lo que el amor a veces nos distorsiona el cerebro.
Tus palabras nos dicen tanto en breve…
Como el significado de la definición, «Fatuo».
Explicación extensa.. Darse cuenta que no se puede llevar una relación concreta. Sino esa relación llamativa de hormonas, y sensaciones dopadas.
Que a veces sin se actúa de forma irresponsable.
Pero qué en nuestra química del ser.
No somos del todo culpables.
Gracias.
Tu amiga y seguidora:
Reyna Maria Jesús. Gonzalez Dávila.
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Gracias por pasar, Reyna. Un abrazo.
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Y qué tal si mientras releemos esta maravilla, escuchamos esa vieja rola escrita justo para esta entrada : Infatuation, con Rod y Jeff. Saludos
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Pues sí, gran soundtrack el que propones (¿he dicho antes que soy fan del primer Rod Stewart, el que creaba y no sólo reversionaba?). Y ahí añado otra: «Infatutation» con Christina Aguilera, quien más allá de escándalos tiene VOZ.
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Infatuación, Siento irisar mi vida y quisiera romperme en mil pedazos después de tu lectura.
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🍷🍷🍷
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Me uno al infatuamiento cada vez mayor por tu blog. Un abrazo
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Celebro por todo lo alto esa insensata infatuación, querido!
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