
Yo tenía ocho años. Él, dieciocho. Me obligó a hacer cosas y forzó entre mis piernas. Luego dijo que era mi culpa. Le creí, no dije nada.
Las mujeres estamos hablando de abuso sexual, violación, incesto, desaparición, feminicidio. No es divertido, señores. Odiamos lo atroz de este paisaje cotidiano y justo le ponemos palabras porque llevamos historias jodidas sobre la piel y también porque se merecen otra cosa hijas, hermanas, sobrinas, madres, amigas, desconocidas. Desde la Grecia clásica y hasta hace muy poco era normal que los hombres nos violentaran. Durante siglos fue lo esperado.
Hace un año, el 9 de marzo, miles paramos en lo laboral, nos encerramos sin Internet, no compramos nada. Luego del estruendo armado en la manifestación del día 8, el mutismo hizo tremendo eco. Ambos días dijimos nuestra rabia por esta cultura rapaz en la que una niña o mujer violada es un número. Como generaciones de feministas desde hace décadas subrayamos estar hartas del solapamiento estructural hacia quienes nos agreden. Un año después las cosas no han cambiado. Cito tres libros que leí o releí en semanas recientes:
“Aguascalientes: ‘Violó a su sobrina porque se le hizo fácil’…
Campeche: ‘Violó a la niña y a la madre de ésta; dejó embarazada a la menor’.
Chiapas: ‘Muere bebé de siete meses víctima de una violación’…
Ciudad de México: ‘Invita a beber a una joven, la mata y la corta en pedazos’”. (Y así, noticias de cada estado).
“—Yo quería también quedar embarazada. Tener una nena.
Me miró. Le esquivé los ojos.
—Yo ni loca. Desaparecen”.
“Lo vi levantar sobre su cabeza un hacha de doble filo, con la fuerza del cuerpo a punto de caer sobre su objetivo. El hacha estaba dirigida a mí. Cuando atacó, se resbaló. Salí corriendo… ¿Por qué no le conté a mi profesor sobre el terror del que había escapado?”.
Son fragmentos de la poeta mexicana Karen Villeda en Agua de Lourdes (Turner), la argentina Dolores Reyes en la novela Cometierra (Sigilo) yla ensayista estadounidense Terry Tempest Williams en Cuando las mujeres fueron pájaros (Antílope). No se trata de excepciones. Si tienes vagina sabes que en casa, en la escuela, el trabajo y la calle, en el amor y la cama es normal que un tipo te vulnere. ¿Por qué una entre cada tres de nosotras ha sufrido algún tipo de brutalidad de género pero ningún hombre conoce a un agresor? Porque hay que guardar el secreto. Es de mal gusto contar estas cosas. Ahora queremos despedazar el silencio y gritar lo que sea necesario, vociferar muchísimamente hasta que nadie lo vuelva a ver normal. Hasta que nosotras y ustedes construyamos otra forma de vínculo.
Yo tenía ocho años. Él, dieciocho. Dice Terry Tempest: “cuando una mujer no habla, otras mujeres salen lastimadas”. Por eso no me voy a callar. No nos vamos a callar.
(Originalmente publicada en mi columna La Utora, en el periódico mexicano La Razón; imagen: projectwarriorqueen.wordpress.com).
Reblogueó esto en El Rincón del Buscador.y comentado:
Hay que seguir en la lucha. Ellas lo merecen.
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Lo merecemos todos. La violencia de género es una tragedia para todos, mujeres y hombres. Gracias por compartir.
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Así es Julia, el silencio nunca más será cómplice de los abusos, mientras haya una sola persona que escuche y crea se irán derribando los demonios. Abrazos
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Eso tenemos que lograr, que los avergonzados sean los abusadores y violadores, no las víctimas. Te abrzo fuerte, querida.
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