La soledad del lector, de David Markson

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Acabo de terminar uno de los libros más experimentales y arriesgados que haya leído hasta ahora: Reader’s Block (1996), según el título original en inglés que le dio David Markson. Un momento: son los escritores los que suelen tener bloqueos, no los lectores, ¿verdad? Pues desde el nombre empieza el genial juego en el que el autor cuestiona muchas convenciones: se trata de una novela sin novela, no tiene personajes, ni trama ni desarrollo a la manera convencional. Acudiendo a la autorreferencia, la propia voz narrativa se pregunta en un punto: «¿Una novela de referencias y alusiones intelectuales, por así decirlo, pero casi sin novela?». Sí, algo similar… pero «algo similar» que es considerado una de las máximas cimas de la ficción experimental estadounidense, a decir de David Foster Wallace.

¿Entonces qué es? Un compendio de aforismos sobre vida, fracasos, hábitos, anécdotas y muerte de escritores y artistas de todas las épocas. Por ejemplo, nos enteramos de que Boccaccio fue hijo ilegítimo, que Newton murió virgen y que Matisse, consultado sobre la piel verde, dijo: «No estoy pintando una mujer. Estoy pintando un cuadro». En medio de todo ello van apareciendo frases que refieren a un Lector (en mayúsculas), el cual piensa escribir una novela y se va preguntando cómo quiere construir a su Protagonista (también, mayúsculas). Así lo que en un principio no cuadra adquiere cierto sentido conforme avanza la lectura y se va revelando el interesantísimo juego de planos. Por ejemplo, mientras el Lector reflexiona sobre cómo será la novela que piensa escribir parece referirse a ésta, novela de la cual es personaje. Dice:

«No lineal. Discontinuo. En forma de collage. Un assemblage.
¿O de un género no descriptible?

¿Una semificción seminoficcional? ¿Cubista?».

Pues sí, así también. El resultado es un volumen novedoso, rompedor, sorprendente, muy recomendable.

Recordé esa otra obra maestra experimental, Me acuerdo o I Remember, de Joe Brainard (1970), novela tejida en torno a frases con las que un personaje evoca su infancia y adolescencia, siempre empezando por el mantra del título:

«Me acuerdo de hacer una cruz con dos palos para algo que enterramos mi hermano y yo. Debió ser un gato, aunque yo diría que fue un insecto o algo así.

Me acuerdo de arrepentirme de no haber hecho cosas.

Me acuerdo de desear haber sabido antes lo que sé ahora.

Me acuerdo de los crepúsculos color melocotón justo antes del anochecer».

Encuentro enormemente disfrutable acercarme a obras así, incómodas, transgresoras, que me demandan el cien por ciento de participación. Tenía razón el librero de Buenos Aires al cual le pedí me recomendara una novela que «no puedo morirme sin haber leído». Me trajo La soledad del lector. 

Publicado por Julia Santibáñez

Me da por leer y escribir. Con alta frecuencia.

9 comentarios sobre “La soledad del lector, de David Markson

  1. Me acuerdo, de Joe Brainard, una historia que en su aparente simplicidad abre todas las puertas de la imaginación.

    Creo que es necesaria esa lectura, hablo de mí, creo que voy a buscar esa novela, hoy en día creo tantas cosas y aún no empiezo hacer nada. Feliz domingo querida

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  2. Acabo de leer en Pasiones pasadas de Javier Marías, un artículo sobre la muerte de Aliocha Coll, un escritor del que se ha publicado una sola novela (aunque Marías aclara que esbribió igual hasta el último día de su vida). Demasiado experimental para las editoriales (¿Será que no se lo publicó porque era español? Supongo que en el mundo anglosajón su suerte hubiese sido otra). Lo dejo a Marías: …prefiero recordar una página de Ofelia, en la que a lo largo de treinta renglones sólo figuraba, repetida, la palabra «galopando» («galopando galopando galopando»), o reproducir una líneas del otro libro, el único que publicó, en 1982: «Desperté y estaba en pleno arenal el alba era el punto en que aun era posible la noche marcha atrás. Recogí mis armas el rocío había puesto huellas en forma de escama al principio creí que rojas de óxido después que azul de yema de huevo y plata».
    Aliocha Coll, Danioska, es un escritor que se relaciona con un tema que hablamos hace unos días: Se suicidó luego de terminar su novela Atila, y lo hizo porque pensó que ya nada le quedaba por hacer. Tenía cuarenta y dos años.
    Como siempre, terminé yéndome por las ramas.
    Saludos al librero, con gente así, la lectura tiene el futuro asegurado.
    Cariños.

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    1. Doble interés tiene Aliocha para mí: el sesgo experimental y el ser escritor suicida. Veré si encuentro algo de él por acá. Y sí, ese librero acertó como los grandes. De hecho, hasta ahora ningún librero me ha fallado: claro, primero me aseguro de que se trate de un librero que sepa de libros, platico un poco con él, y si me da buena espina entonces le pido me recomienda «un libro que no me puedo morir sin haber leído». Hace años, en el aeropuerto de Barcelona el librero me trajo a Quim Monzó, a quien no conocía, y desde entonces es de mis favoritos. Te recomiendo probar, se lleva uno buenas sorpresas!
      Abrazo

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      1. Me gusta la expresión que usas: “un libro que no me puedo morir sin haber leído”. Veré qué sale de todo eso pero, por el momento hay dos cuestiones en contra: he decido no comprar más libros (bueno, he decidido «intentarlo») porque compro más de lo que puedo leer. Debo tener ya más de cien en mi habitación y la mayoría me interesan mucho, y, como segundo punto, aquí, últimamente, han cambiado a todo el personal de las librerías. No hay nadie que llegue a los treinta años, como mucho. El otro día escuché una conversación entre cuatro vendedores muy interesante, pero ello fue en UNA sola librería, en las demás los muchachos son muy amables, pero la mayor parte de las veces no tienen ni idea de lo que les estoy pidiendo (v. gr.: Busqué Pajaritos, de Nin por todos lados y la mayoría de los jóvenes no sabía quién era «¿Cómo se escribe?» Me preguntó uno).
        Creo que podrían recomendarme cualquier cosa.

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        1. Te deseo suerte en tu decisión de no comprar más libros (ok, no, la industria editorial necesita de los lectores fieles, y mira que no somos demasiados!!). Yo lo he logrado por periodos de tiempo pero luego vuelvo al enorme placer de comprar algún título que es una joya. Y en cuanto a los libreros-que-no-tienen-idea, lo que dices es tristísimo. Cuando estaba en la universidad me inventé un sistema fácil para detectar a los libreros que me podían interesar: lo primero que pedía era «lo último» de Umberto Eco. Si al buscar en la base de datos de la computadora de la librería escribían bien el nombre, valía la pena seguir. Si lo escribían con «h» (Humberto), a otra cosa. Resultó casi infalible.
          Abrazo

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          1. ¡Excelente idea! Algo sencillo y efectivo.
            Sé que la prohibición de comprar libros será parcial (ayer salí a comprar el de Estanislao Bachrach, sin ir más lejos), pero al menos lo usaré para no comprar a mansalva. La cuestión es leer lo que tengo –al menos en parte– y luego seguir adelante.

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