Debo haber tenido unos 15 años. Era 10 de mayo, es decir, Día de la madre en México. La fecha me resultaba desde entonces insoportablemente cursi, así que para romper la solemnidad le regalé a la mía esta tira de Mafalda. Aunque mi mamá tiene un montón de virtudes, el humor no se cuenta entre ellas: mi regalo me parecía divertidísimo pero no fue bien recibido (seguro no he madurado porque todavía me lo parece). En todo caso sirvan hoy ese recuerdo y la tira para dos fines:
1. Burlarme un poco de la fecha pero aprovechar la excusa para agradecer en el alma tener aún a mi mamá, con todo lo que ella significa de amor, aguante y apoyo. Educada a la forma tradicional, quizá no ha compartido 90% de mis decisiones trascendentes, pero me ha respaldado y abrazado en todas: estudiar en una universidad pública pudiendo hacerlo en una privada, casarme muy joven con el hombre que lo hice y tener una hija con él, divorciarme años después, dejar la seguridad de un empleo para saltar al mundo de las revistas, abandonar la fe familiar, vivir sola con mi hija en vez de regresar al hogar materno, no «resignarme» a ser sólo mamá y defender con garra ser mujer=tener pareja, amar a un hombre que vive en el extranjero. Siempre ahí, siempre cariñosa, ha sido el «te quiero» más constante a lo largo de mi vida. Y eso no es poco.
2. Decirle hoy a mi hija que en efecto nos graduamos el mismo día, que si soy mamá es gracias a su llegada al mundo y que agradezco a todos los dioses que precisamente ella sea la personaja favorita de mis cuentos.
Eres una excelente madre y hija que bendición tienen tus conocidos de tenerte cerca
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No creo serlo, pero gracias por la fe ciega…
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