Algunas actividades son realmente inútiles. Mejor dicho: uno es un inútil improductivo cuando las practica. Como tener sexo. O pasar los ojos por las páginas de un libro.
Son tareas ociosas porque no pagan cuentas ni resuelven problemas. Es más, muchas veces los generan: broncas de cama y miopía son consecuencias asociadas a cada una. Y si uno le suma que cada vez que las practica le quedan millones de veces pendientes, la cosa pinta mal. Además, sobre leer hay un inconveniente adicional: «Si uno leyera un libro diario estaría dejando de leer cuatro mil, publicados el mismo día […]». Entonces, ¿para qué perderse entre renglones? Aquí va una probable respuesta: «Después de leer cien, mil, diez mil libros en la vida, ¿qué se ha leído? nada. Decir: yo sólo sé que no he leído nada, después de leer miles de libros, no es un acto de fingida modestia: es rigurosamente exacto, hasta la primera decimal de cero por ciento. Pero, ¿no es quizá eso, exactamente, socráticamente, lo que los muchos libros deberían enseñarnos? Ser ignorantes a sabiendas, con plena aceptación. Dejar de ser simplemente ignorantes, para llegar a ser ignorantes inteligentes. […] Quizá, por eso, la medida de la lectura no debe ser el número de libros leídos, sino el estado en que nos dejan. ¿Qué demonios importa si uno es culto, está al día o ha leído todos los libros? Lo que importa es cómo se anda, cómo se ve, cómo se actúa, después de leer. Si la calle y las nubes y la existencia de los otros tienen algo que decirnos. Si leer nos hace, físicamente, más reales». -Gabriel Zaid, Los demasiados libros, Océano
Ayer, 12 de noviembre, se celebró en México el Día Nacional del Libro. En 1979, el gobierno de José López Portillo lo decretó en homenaje a Sor Juana Inés de la Cruz, nacida en un día como éste y quien dijo: «No escribo por saber más, sino por ignorar menos». Valga esta cita de Gabriel Zaid, ese notable vicioso de los libros, para hablar del tema. El asunto es así de clarito: leer no sirve de nada, pero como da una cierta aura de intelectualidad conviene hacerlo de vez en cuando. Ahora, algunos que practican a diario la lectura como si fueran al gimnasio dicen que lo interesante no es cuánto uno lea, ni si atraviesa cientos de títulos como una obligación penosa, fatigante. Dicen que lo rico es asuntarse con ellos como aliados necesarios, como la posibilidad de vibrar en vidas alternas y enriquecer la ignorancia. Eso dicen y añaden: aunque no sirva de nada. Como el sexo.
PD El escritor mexicano Fernando del Paso es nombrado Premio Cervantes 2015. Me alegro muy mucho. Merecidisímo. Da click aquí para ir a uno de sus Sonetos con lugares comunes.
(Originalmente publicado en mi blog Deli(b)rios del sitio web de SoHo).
Ese texto de Zaid es de los que suele decirse «hubiera podido escribirlo yo»… peor seguramente, pero es una verdad como un templo: uno no sabe nada y tampoco debe acercarse a la lectura con tan imprudente aspiración. Mi ignorancia cósmica es el precio de haber decidido especializarme; tal vez sepa algo de pocas cosas más a precio de ignorar todo del resto. Me siento bien acompañado, al menos en esto. Sor Juana rules! Abrazos con retruécanos.
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Adoro esa expresión tuya: «una verdad como un templo» y creo q nunca aplica mejor que ahora. Recuerdo mi primer día en la universidad: un maestro grande (en todos sentidos) nos dijo a bocajarro: «Ahora ustedes creen que han leído mucho, por eso estudian Letras. A mitad de la carrera van a creer que han leído todo, pero espero que al terminar salgan de aquí convencidos de que no han leído nada». Con mucha frecuencia me acuerdo de eso. Fuera de mi especialidad ignoro todo y dentro de ella ignoro casi todo. Menudo caso. Sin embargo, y eso sí lo celebro, los libros creo que me han hecho vivir de manera más honda y ancha.
Abrazos para ti y sí, Sor Juana rules.
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Lo importante de la lectura es aquello que te va calando, cada día, cada instante… y por ello existen, como dijo Silvio Rodríguez de los hombres, los imprescindibles… aquellos que son como lluvia fina… cada uno tiene los suyos. Nuestro tiempo es finito y jamás abarcaremos todo lo escrito, pero quizás sí un poco de todas las temáticas.
Tu comentario me ha hecho recordar mi primer día en COU, las primeras palabras que nos dirijió el profesor de filosofía (no nos conocía); «ustedes no saben nada, son unos ignorantes. Unos eclécticos que no saben lo que quieren.» No soy yo quién le discuta su opinión… soy un ecléctico genético, y un ignorante y lo sé.
Un abrazo
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«Ecléctica ignorante» me gusta como autodefinición, querido Xabier, ahí me anoto, debajo de tu nombre. Sé poco de lo mío y nada de lo demás. «The life is short, The craft so long to learn». Perdón por el anglicismo pero lo expresa mejor que nada. Lo único bueno de todo esto es que lo sabemos.
Un abrazo
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Totalmente de acuerdo. Siempre he pensado que leer es una actividad muy solitaria, con la que no interactuas con tu entorno. Tu estás ahí leyendo en tu sillón y aunque tu familia esté ahí contigo, estás ausente. Pienso que hay que leer, pero también hay que estar atentos a todo lo que te rodea, vivir otras vidas a través de los libros está muy bien, pero vivir la tuya propia está mucho mejor.
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El apunte que haces es certero en tanto creo que puede ser poco sano sustituir la vida real por la de los libros. Más bien veo ambos paralelos como comunicantes que se contaminan mutuamente y salen enriquecidos, distintos. Al menos, en mi caso, y eso me es mucho.
Abrazo
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De acuerdo con la temática de la entrada, en desacuerdo con la forma. Las figuras retóricas deben precisas y no dar lugar a malos entendidos. La que inicia la entrada falla al no ser aceptada desde el primer momento. Como oxímoron tropieza porque todos sabemos que el sexo y la lectura no son actos «que no sirven para nada»; entonces la ironía se diluye de inmediato. Otro punto con el que no estoy de acuerdo es «uno es un inútil improductivo», el cual es una expresión hija del sistema capitalista. Hablar de «productividad – improductividad» con respecto a temas tan profundamente biológicos (como es el sexo) o culturales (como es la lectura) me parece un error enorme.
Me detengo aquí porque me estoy pasando de rosca. Pero sigo, claro…
El punto es que todos sabemos que están tratando esos temas con ironía, todos sabemos que esos dos son temas centrales en ti y en tus preocupaciones; pero insisto la inversión que se da en el cuerpo central del texto no es tan fuerte como para justificar el acápite. Es decir, antes que a Sócrates prefiero citar a Nietzsche; y me gusta más cuando sos nietzscheana que cuando sos socrática. Tal vez el asunto pase por ahí.
Abrazos de los de siempre.
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Acepto la crítica, querido, el desencuentro provocado por mi vicio de jugar un poco y buscarle el retruécano, ya sabes, qué te digo. Por supuesto, you know better.
Besos
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La verdad es que era más larga, pero me contuve porque entendí lo que querías decir. También dije lo que pensaba porque por fortuna tenemos esta relación cuasi perfecta que me dejó tranquilo de antemano. En síntesis: estoy con vos en este tema (como en casi todos); el hecho de que yo lo hubiera dicho de manera diferente es otra cosa.
Besos.
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Está fatal esto de coincidir siempre, querido. Deberíamos pelearnos salvajemente un día de estos, just for a change, como dirían los gringos. Y luego nos contentamos, pues, pero al menos ya le metimos adrenalina al asunto. De modo que paso de la teoría a la acción con este billete:
¿Acepta usted el duelo de caballeros, mañana a las 12 de la noche en el descampado atrás de la catedral, sin más armas que el honor? (ok, podemos poner una hora más civilizada y no afecta, ¿verdad?).
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Acepto, claro está. La hora me parece perfecta; que no haya testigos hará todo más salvaje. «Sin más armas que el honor» eso me parece perfecto. ¿Vale morder?
Abrazo y ya encontraremos un tema digno de una buena lid (de hecho hay un par: uno de ellos es sobre el que te dejé un mensaje hace un par de días en tu blog: ¿Es toda lectura igualmente válida?).
Encore de abrazos.
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Pardiez, caballero, no añada morder a esta lid, que por mi honor y mi doncella no respondo.
Zanjemos de una vez toda diferencia. Y si hemos de morir en el lance, sea.
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Salvo algunos manuales o libros de texto, acaso lo demás no sirva, pero qué placentero es encontrarte y comerme cada letra, cada imagen, cada vivencia que nos regalas.
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Pues sí, me declaro una absoluta improductiva: lo que más me gusta hacer es lo que no genera dividendo alguno. Será mi vocación contraria al dinero? Ja, creo que algo hay de eso.
Un abrazo, gracias por pasar
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YO, AUTOR
(La Aventura de Bien o Mal Escribidor)
Así, a bote pronto, hacer un repaso de mi vida y milagros como escritor es un poco arduo, pues mi escribanía, papelera o mueble para escribir es rica en historias verídicas, con sus alegrías y tristezas, como el propio desarrollo de la Vida misma, y la miseria de su espectáculo.
El escritor es un sujeto investido, y, ¿por qué no? invertido por el Verbo y la Palabra de la facultad de dar fe en escritura de sus actuaciones, sus pensamientos, sus anhelos o actos de cualquiera clase por él realizados, sucedidos o vividos, que le han dejado mella, produciendo efecto en el ánimo, sintiendo el malestar o bien estar consiguiente a su acción, a veces, como el que se produce en un peine por la falta de una o más púas.
Cuando me preguntan: “Y tú ¿desde cuándo escribes?”, suelto una carcajada, porque me acuerdo de la respuesta que dan las folclóricas, los y las cantantes, las actrices y actores, etcétera: “Desde mi infancia”. George Orwell dijo que “desde los cinco o seis años supe que sería escritor”, por ejemplo.
Yo digo, “desde el vientre materno”. Lo digo porque es la pura verdad. Me explico: Un día, cuando chiquito, correteando y corriendo con el triciclo por el largo pasillo de una vieja casa en Madrid, en la zona de Carabanchel Bajo, me topé con mi padre quien, desnudo, iba erecto hacia la habitación de mi madre, que le esperaba de rodillas y mirando hacia Huesca contra la pared. Cuando le pregunte: ¿Dónde va usted padre?, él me respondió: “Voy a ponerle un supositorio a tu madre, que tose”.
Entonces, me di cuenta de que esto era como una acción de escribir, pues representaba gráficamente mis ideas o conceptos por medio del supositorio, que para mí escribiría con él esas letras y signos de Amor hacia mi madre, sobre la que dibujaría, sin duda, un “Yo te Amo”, con un corazón.
Más tarde, estando en el Seminario Conciliar de Segovia, puesta mi carnal joya en el escriño o cesta del padre espiritual en la que recogía el afrecho y las granzas de los granos pecaminosos del culo, como quien recoge boletos en la sierra de Quintanar, en Burgos, para darle el pienso a este cerdo, yendo de camino a la noche de los sentidos, le dije que yo tenía una teoría sobre la elección de género en los engendramientos lo mismo que sobre la desviación sexual y el mal engendro.
Sintió él tanta curiosidad, que me abrazó diciéndome: “Ay, mis criadillas de carnero”, tocándome las pelotitas. Siguió: “Habla, cuenta, mi niño”. Le expliqué:
-Padre, no hace falta estudiar mucho, ni saber demasiado para comprender que en el vientre materno se origina y se desarrolla en ciernes, en su principio, el ser humano. La madre siente que el feto le da vueltas en su matriz, por eso el padre debe hacer sexo mientras dure su preñez, pues en él está, en su supositorio, el que el feto salga chico o chica, bisexual, o un engendro.
El padre espiritual, con ojos saltones, no me perdía de vista, como el galgo que persigue a la coneja, poniendo galana mí cosa.
Yo seguí:
-Yo no sé si por instinto o por una iluminación mística, sé que el padre introduce el supositorio en la madre y, para la elección de sexo, el feto, instintivamente, debe elegir, aprovechando el momento, por donde él quiere alcanzar esa misma penetración, si por el ano o por la boca. Si elige el ano, será maricón o puta; si elige la boca, será macho o hembra. Si el supositorio se deshace como un loco rompiéndose la cabeza contra una pared, será un engendro. Después, aparece lo que todas las madres saben, que si el vientre está picudo será niño, si ancho barrigudo, niña.
El padre espiritual sonrió satisfecho pues me había hecho correr. Como una bestia me había sujetado por el collerón y los tirantes para que él se pudiera correr, también; sintiendo yo que bajo su sotana, un bicho de enganche, engaitador, escupía, agarrándome sus manos la garganta y su nuez.
Escritor es el que escribe. Autor de obras escritas o impresas. Lo sabemos. La inquietud, el deseo de escribir se lleva innato. Además de que hay que tener un conocimiento de la Gramática y su Análisis Gramatical, también hay que tenerlo de Arte Métrica, o, al menos, nociones.
Y luego, leer, leer. Saber leer y descubrir los engaños y miserias del Ser humano, sus lujuriosas aventuras y sus falsos milagros.
Estando yo en el tan odiado y querido Seminario, cantaba en el ansia, confesaba en el tormento, leyendo los libros prohibidos marcados, en su biblioteca, con una cruz roja. Leí a los autores, por siempre mis preferidos: San Juan de la Cruz, Joyce, Lovecraft, W. Reich, Gide, Rimbaud, Lautreamont, Rabelais, Voltaire, Oscar Wilde, Dostoievski, Víctor Hugo, el Marqués de Sade, Nietzsche, Cesar Vallejo, García Lorca, Antonio Machado, Miguel Hernández, Cervantes y Shakespeare, entre otros muchos; de éstos muchos, tan sólo los escogidos de la Enciclopedia de los Premios Nobel.
Acerca del “Poeta Divino” San Juan de la Cruz, decir que fue un místico anquiderribado, cuya anca caía con muchas inclinaciones pecaminosas desde la grupa hasta el nacimiento de la cola. En su noche del sentido siempre estuvo mal sentado o sentado a medias, pues lo que a él le gustaba era saltar tapias y poner notas amorosas en los labios, grandes y pequeños labios, de novicias franciscanas, incluso monjas.
Hay que tomar nota. Sentir las vivencias y recordar lo vivido. Anochecer y amanecer para anunciar al mundo que uno sigue vivo.
En primer lugar, un autor debe ser leído y escribido. Y, conociendo que escribano es lo mismo que escritor, escribiente, cierto pez, especie de araña acuática, impresor, iniciarse uno en la escritura, y “escribir para ser diferente”, como dice Félix Romero.
También, “escribir porque me gusta”, es la mejor opción. El escritor deber ser él mismo. Nada de ser un escritor a sueldo o institucionalizado. “La pluma es la lengua del alma”, dijo Cervantes, y yo, recordando mi infancia, diría, y el supositorio, su escritura.
Sí, las Bellas Artes, con el ejercicio del entendimiento, expresan la belleza que halaga y suspende el ánimo, produciendo un placer puro o impuro y emocionado. Y , sobre todo, la más bella, la Literatura, por medio del lenguaje (prosa o verso), medio de que nos valemos los seres racionales para manifestar nuestras ideas y sensaciones, que se originan en virtud de ciertos movimientos o sonidos orgánicos: si fónicos, oral; si gráfico, escrito; si señas o gestos, mímico; sin olvidar el lenguaje de los silbidos, el de los timbales, el de los ojos, el del abanico, el de las banderas, el de las señales de humo, etc.
“El Arte insufla Vida a lo que no tiene vida, muerte a lo que es eterno”, nos dice Robert Coover. Escribir es una aventura de riesgo. Imprescindible para el ser creador. Al ser un ser vivo, el escritor debe evolucionar al compás del progreso y de toda actividad humana enriqueciendo el vocabulario lo mismo que dando parte de sus emociones y sensaciones a los habitantes del mundo.
Ahora es fácil el oficio de escritor. Escribidores hay muchos. Hoy es muy sencillo publicar, aunque destacar sea otra cosa. Talleres de escritura pululan como setas, y los hay en todas las ciudades. Osos colmeneros de las letras que tienen por costumbre robar los libros de otros, también les hay. Y otros muchos se venden para poder sobrevivir.
Esta oración “Libros y años hacen al hombre sabio” no es muy cierta. Yo diría que a muchos les hace más zoquetes. Nada más ver a los que nos guían como pastores o a los que nos gobiernan.
-¿Qué dicen los periódicos del gobierno? Que va a salir el sol.
¿Qué dicen los de la oposición? Que llueve.
–Daniel de Cullá
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Esto me suena como la perfecta garantía de nunca aburrise. Me gusta la idea de » leer escribiendo», es decir, leer mientras paralelamente escribo, configuro mi presente
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Leer y escribir como posibilidades de expandir el mundo, de salir volando a diario por la ventana y regresar a voluntad.
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Me encanta la idea de nunca poder aburrirme. También propongo » leer – escribiendo», es decir, leer y a la par escribir configurando mi presente. Leer me a mi mismo.
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