En la escuela fui una nulidad en atletismo y matemáticas, pero sentía un gusto fosforescente al poner distancia con la lengua que uso a diario (o ella me usa a mí), para preguntarme por qué hablamos como lo hacemos: las etimologías me volaron la cabeza. Veneré a Isidoro de Sevilla, a Joan Corominas. Cuando supeSigue leyendo «Aguas, RAE. Ahí te voy.»