«Aquí puedes ganar de pelos, una lana que nunca te imaginaste. Para empezar, cinco mil pesos a la semana […] te saliste de tu país para buscar trabajo, o no. Pues aquí lo tienes, peladito y a la boca […] es trabajo sencillo, traes y llevas cosas, traes y llevas migrantes, los vigilas, ya verás que es mejor andar chingando que ser chingado, eso que ni qué. Y a lo mejor más adelante hasta matas a uno, a dos, a lo mejor le agarras el gusto […]. Una entrenadita y ya está, con culeros de verdad, con sangre de verdad, una vez que te despachas a uno, una vez que te salpicas de sangre, se le va pasando a uno el asco, de veras, o cómo crees que empezamos todos lo que andamos en esto, cómo, si no». Con estas razones, un secuestrador de migrantes trata de convencer a uno de ellos de «pasarse al otro lado»: dejar de ser víctima para convertirse en victimario de sus compañeros, en una realidad sin esperanza donde no hay más alternativas que esas dos.
Es un extracto de la novela Amarás a Dios sobre todas las cosas, de Alejandro Hernández (Tusquets), sobre la brutalidad que enfrentan los indocumentados en México, en su tránsito hacia Estados Unidos. Acabo de terminarla. Siento coraje, impotencia, asombro, tristeza, vergüenza del género humano. La novela me parece totalmente verosímil. Aunque quisiera creer que exagera, las noticias y lo que he leído sobre el tema me confirman que Hernández, el autor, se apegó a la verdad. No parecen concebibles el dolor, el miedo, el hambre y la humillación que enfrentan miles de migrantes a diario, ahora mismo. Tampoco parecen tener límite la crueldad, la prepotencia y el abuso de policías, agentes de migración, secuestradores. Cada sinpapeles vive esperando «no ser golpeado tan fuerte, nada más seguir vivo mientras la vida transcurre, sin voluntad, atado a los caprichos de desconocidos sin madre, [respirando] nada más por la fuerza de un recuerdo, la imaginación puesta en la casa que has dejado».
No sé qué hacer con el nido de avispas que traigo en el estómago.


Ummm… difícil respuesta a tu pregunta que yo creo que es más un ruego. El tema del origen de cada cual marca tanto que parece que la vida es realmente una broma. Ayer mismo veía yo la coronación del hijo de la reina de Holanda… lo dicho, para unos, la realeza; y para otros el mismísimo infierno.
Y bueno, no me voy a ayer. Esta mañana felicité a una amiga polaca de hace mucho, y me dice que su hijo padece una de esas enfermedades raras de difícil solución… Lo dicho… todo esto a veces no es más que una broma macabra.
Saluditos desde Karlsruhe
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Una mala broma a veces, que lleva a cuestionarnos sobre conceptos tan abstractos como justicia o destino. Y sin embargo está la otra postura, que dice que venimos a este mundo a aprender algo y que la conciencia universal escoge el cuerpo/familia/contexto en el cual nacer para ello. Es un principio que me cuadra en general pero en casos de extremo dolor la teoría se me hace pedazos y no sé qué pensar. En fin, gracias por compartir el desasosiego.
Abrazo
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No he leído la novela, pero por lo que transcribes y por contacto personal con emigrantes centroamericanos sé que eso ha sido así y, en muchos casos, bastante peor (recuerdo algún caso donde se han hallado contenedores –de esos que se usan para transportar mercaderías– con varias personas muertas en ellos. los traficantes, al encontrarse con problemas o al verse perseguidos han dejado a la gente allí, abandonada a su suerte).
En uno de los trabajos que tuve en Miami, por ejemplo, conocí a Rosario, una joven hondureña que, junto a su hermana, menor que ella, cruzaron Honduras, Guatemala , todo Mèxico y medio Estados Unidos para llegar adonde estaba parte de su familia. Lo que nos contaba de su travesía por el desierto mexicano con sólo un galón de agua por cada persona, siendo dos adolescentes solas en medio de desconocidos nos hacía sentir, a todos los hombres que estábamos allí, como indignos de quejarnos por nuestros minúsculos problemas.
Tal vez éste comentario aclare un poco aquel en el que me «enojé» por la falta de reciprocidad. Esconder la cabeza como el avestruz ante temas como éste me parece, y valga la redundancia, otra forma de la indignidad.
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Yo no he tenido oportunidad de platicar con migrantes pero de por sí me parecían admirables en su coraje, en su valentía, en su no-resignación ante el destino de pobreza. Después de leer esta novela (escrita por un periodista mexicano que durante cinco años recorrió las rutas migratorias y habló con cientos de indocumentados) me parece increíble lo que tiene que aguantar su piel. Violencia, crueldad, hambre y sed, mutilaciones, golpes, secuestros, violaciones, cansancio, humillaciones para tratar de llegar a Estados Unidos, ¿a qué? ¿A vacacionar? No, a trabajar en lo que los norteamericanos no quieren hacer, a partirse el alma de sol a sol para mandar dólares de vuelta a casa. Cuánta desesperación, qué panorama más negro.
Lo que dices sobre los contenedores es real, se ha visto muchas veces. También decenas o cientos de migrantes muertos dentro de vagones de tren abandonados en el desierto o, para que a nadie le quede duda, los 72 cuerpos de indocumentados hallados en un rancho en el estado de Tamaulipas. ¿Qué puede uno hacer ante esa realidad? Me siento tonta preguntando, pero es que de verdad no sé.
Y sobre lo que dices de hacer como-que-no-pasa-nada, sí, es indigno.
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Tu pregunta es compleja, sin duda. Es algo que todos nos preguntamos y, al igual que tú, no podemos encontrar una respuesta definitiva. Por lo pronto, lo único que se me ocurre es algo bastante obvio: seguir dando a conocer estas cosas, apoyar a partidos políticos que realmente trabajen en beneficio de los pobres (es decir, hacer todo lo posible para que esa gente no deba emigrar), evitar los lugares comunes del pensamiento (el que es pobre lo es porque quiere) y luchar contra el imperialismo en todas sus formas. no es muy original lo que estoy diciendo, pero hasta que a alguien con más capacidad se le ocurra una solución más fuerte y sólida cosas como ésas son las que debemos apoyar.
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Acabo de leer una entrevista que le hicieron al autor de la novela. En ella le preguntan justo eso: ¿qué se puede hacer? Su respuesta es: darlo a conocer, que se sepa lo que pasa, que nadie pueda negar que sucede. Es lo primero que tú también sugieres y me sumo a ello. Los demás puntos me resultan más etéreos (¿qué partidos realmente trabajan por los pobres? debería de ser la izquierda pero para nada son su prioridad). Gracias por la empatía hacia este malestar.
Un abrazo
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el patio de mi casa durante la infancia era el patio de desembarco de los que persiguían sueños, los que migraban, los futuros mojados; me toco ver abusos de todo tipo, me toco ver muertos, me toco esa trite realidad entre el chingado y el chingador. Quizá la novela tiene su parte de ficción y tú sabes que esa es una necesidad para poderse construir, pero eso no quiere decir que la parte de realidad no sea menos cruel…
abrazos ojitos
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Qué orgullo debes sentir de que tu familia apoyara a los migrantes. Me da mucho gusto saberlo, aumenta mi reconocimiento hacia ti. Supongo que vivías en alguna de las fronteras, es así? También en la novela se ve eso: la ayuda de algunos civiles mexicanos como única compensación a la crueldad de las autoridades.
Abrazo
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Ahora vivo en una frontera.
Antes la frontera era un tanto imaginaria, pero no dejaba de ser los limites de algún lugar. Oaxaca, Istmo de Tehuantepec
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Es cierto! Ya me lo habías dicho, cuando yo escribí algo diciendo que mis papás eran de Tehuantepec. Pues sí, lugar de paso sin duda.
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Ahora pienso en comida, en los sabores del sur y en todas las onomatopeyas que surgen en cualquier platica sureña, cosa que no en el norte
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Pues sí, el sur es totalmente mágico, encantador. Del norte del país puedo hablar poco porque poco es lo que conozco. Por alguna razón no me ha dado por visitar esa frontera.
Abrazo
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