«Me miró como se mira a través de un cristal, o del aire, o de nada. Yo no estaba ahí».
La magistral actriz Karina Gidi vuelve a hacer de las suyas en teatro, esta vez con el monólogo La voz humana, que se presenta en el Foro Shakespeare de la capital mexicana. Sobre un texto con momentos sublimes, el personaje se dedica a rascarse la herida del desamor, a mirarla, a fingir que no la ve, a platicar con ella, a echarle jugo de limón. Aferrada a un teléfono (lo que aumenta la dificultad en escena, porque la actriz debe mantener el ritmo del supuesto interlocutor), la mujer finge que quiere lidiar con la ausencia del ser amado, cuando en realidad se regodea en ella porque no sabe hacer otra cosa: «Estoy sufriendo una agonía que sólo se calma con tu voz, tu maravillosa voz». En el programa de mano, el director Antonio Castro se pregunta: «¿Tenemos la capacidad de re-inventarnos o estamos condenados al precipicio del dolor eterno? ¿Cuál es el sentido del amor si de antemano sabemos que algún día su llama se extinguirá?». Quizá el personaje respondería que mientras, el amor existe, otorga un sentido a lo que de otro modo parece carecer de él.
Mi dos cuestionamientos con la puesta en escena tienen que ver con la adaptación de una obra de 1931 a la época actual: no encuentro la necesidad y creo que algo se pierde en el camino. Por otro lado, lamento que no haya música, como pide el texto de Cocteau. En todo caso, veo difícil que se me borre el eco de la voz de Gidi repitiendo: «Por favor, Dios, dile que me vuelva a marcar. Por favor, Dios, dile que me vuelva a marcar…».
«La voix humaine» es un texto maravilloso y he tenido la oportunidad de asistir a diversos montajes, en diferentes lenguas (incluida una con una marioneta). Todas estupendas: cuestión de suerte me imagino. El texto es potente y la delicia de cualquier actriz. Eso sí: no concibo un montaje sin música.
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Como lo dices: falta la música, es consustancial al texto!
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Me pierdo adormecido entre los pliegues de tu conocimiento, entre las olas que forman tus palabras, entre tu sentido común y tu fragilidad, aprendiendo siempre.
Abrazos,
Rafael
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Pero qué dices! Todos estamos en lo mismo, en aprender cada día.
Un abrazo
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