En 1948, a tres años del estreno en Broadway de su obra The Glass Menagerie (traducida como El zoo de cristal), Tennessee Williams publicó en The New York Times el pequeño ensayo «The Catastrophe of Success» (La catástrofe del éxito). En él cuenta cómo de golpe pasó del anonimato a los aplausos estruendosos, de dormir en cualquier lugar a tener una suite en Manhattan y gente a su servicio. Entonces reconoce el descontrol que implicó el éxito, ese no tener que esforzarse por nada, ser servido en lo mínimo, empezar a ver a sus amigos con desconfianza. Ello lo hizo caer en una honda depresión, hasta que una cirugía le permitió retirarse del ojo público y viajar a México, donde su «persona pública» no existía y pudo recuperar su «antiguo ser». Así empezó a escribir A Streetcar Named Desire (Un tranvía llamado deseo), su obra cumbre y por la ganó su primer Premio Pultizer.
Menciona entonces que la vida debe requerir esfuerzo, no tener resuelto cada paso ni seguro el aliento, porque el artista sólo encuentra satisfacción en su trabajo y por eso lo mejor que le puede pasar no es «tener éxito», sino que la creación le sea inevitable. Dice luego: «La persona pública que eres cuando ‘tienes un nombre’ es una ficción creada con espejos [pero] el único que vale la pena es el solitario e invisible ‘tú’ que eres desde que tomaste la primera bocanada de aire […]». Cierra deseando que el artista no pierda nunca su interés obsesivo por los temas humanos, más una cierta dosis de compasión y convicción moral que lo empuja a traducir la experiencia de vida en colores o sonidos o danza o poesía o prosa. Ufff, cuánta hondura en pocas líneas.
Este viernes tengo una cita con Williams. Nos veremos aquí en Broadway, en la función de The Glass Menagerie que recién terminé de leer y me tiene conmovida. Creo que le voy a decir que lamento la catástrofe de su éxito pero la celebro.
Creo que no le faltaba razón. Saludos.
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Tenía la boca (la pluma) llenas de ella…
Abrazo
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Vaya, desconocía esas palabras u sentires de T. Williams, pero uno no puede menos que asentir a cada línea de lectura. No sé si has visto Synecdoche, New York (nada menos, pero nada es casual), en la que la trama parte, precisamente, del éxito rotundo que logra un autor teatral. Después la historia va por otros caminos más complejos; pero todo parte de ahí.
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No, no la conozco pero sin duda, como dices, el éxito puede ser la máxima tragedia para un creador…
Abrazo desde (aún) NY
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Una verdad como un templo. También porque esos espejos deformados no saben (no pueden) del esfuerzo que hay detrás de una obra de intelecto. La creación es siempre un proceso solitario, como madamebovary comentara en una de mis entradas, «el soplo del genio sobre la materia dominada en su tenaz resistencia». No hay más que trabajo, trabajo y trabajo. Pequeño matiz: el que la creación te sea inevitable no está en conflicto con el reconocimiento del propio talento, si acaso en no dejar que esto último se vuelva un fin y no un medio, como en el caso de Capote. Y termino con una asociación automática en el comentario que sigue a este. Besos.
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Uy, tu mención a Capote es más que oportuna porque sí, viene a la mente como ejemplo de talento que se mira demasiado el ombligo. Ello no le resta genio, pero lamento tanto autoculto a la personalidad. Me pregunto cuanto más hubiera escrito y de qué calibre si no se hubiera distraído tanto con el espejo…
Abrazote
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No había visto que tenía pegado el video de Sinead! Nunca mejor dicho, por supuesto, Por cierto, cómo disfrutaba a Sinead, lamento tanto que se haya ido por otros derroteros…
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A Kerouac tampoco le sentó bien el exito (por añadir otro ejemplo), pero hay también quien lo digiere estupendamente. Mira Cortazar o Hemingway, incluso sacaron partido de toda esa atención. Y sin duda debe ser agradable todo ese tiempo pagado para seguir haciendo literatura. Un abrazo.
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No sé si a Hemingway le sentó bien, creo que no le aportó nada positivo a su de-por-sí destructiva personalidad. En fin, lo cierto es que muchos escritores se matan por el éxito y luego descubren que el premio no valía la pena. En palabras de Cavafis: el camino a Ítaca era el verdadero tesoro…
Saludos
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Le procuro su puesto de corresponsal el la guerra civil española para Por quien dobla las campanas, una cómoda casa el el caribe para tener y no tener y El viejo y El mar. Un lugar en la primera línea de fuego en la segunda guerra mundial (aunque este libro no lo acabara), safaris por África para tantos relatos. Libertad total geográfica y temporal. Sus comportamientos autodestructivos habrían acabado antes con él sin el éxito.
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Es difícil el «hubiera» pero sí, quizá el éxito le fue amigo. Nunca lo había pensado…
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Disculpa a mi autocorrector del móvil, por cierto. Qué espanto de texto te he dejado.
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No te preocupes, me pasa seguido. Los teléfonos de hoy tienen vida propia… y mala ortografía.
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Las tildes son especialmente dolorosas cuando las pone y te cambia el tiempo verbal. Me enferma.
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Coincido, sobre todo cuando uno lo escribe bien y el bendito aparato lo cambia en el último segundo.
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Ahí, ahí!
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Me parece con mucho sentido, cuando el exito llega, ahora que sigue? hay quienes tienen éxito, pero no saben como manejarlo y entonces el éxito los maneja y los hunde, entonces lo que fue algo positivo se convierte en algo contraproducente.
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Ante la duda de cómo manejará uno los aplausos, la adulación, la fama, suena sensato no buscarlos demasiado…
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