
Ayer estuve en la inauguración de la muestra Corpus, del escultor mexicano Javier Marín, en el Antiguo Palacio de San Ildefonso de la Ciudad de México. Fui invitada por Edgardo Bermejo, Director de Artes del British Council. Curada por Ery Cámara, la exposición consta de 48 piezas de resina, bronce y madera, en las que Marín exhibe el proceso de trabajo, los pasos intermedios en la realización de cada obra. Así se aprecian las huellas que dejó el moldero, los relieves y las marcas dejadas por los soportes, la fractura del material, de modo que las piezas están, en realidad, inacabadas. Son burdas a voluntad. En el recorrido inaugural por la exposición, acompañado por el artista y por Rafael Tovar y de Teresa, presidente de CONACULTA, el curador subrayó cómo el azar hace única cada pieza, de qué modo mostrar los avatares del proceso creativo obedece a una estética que encuentra belleza en la imperfección. Marín, por su parte, dijo que disfruta mezclar la resina con materiales orgánicos, como la carne seca, lo que provoca cambios químicos inesperados.
Mientras recorro la muestra pienso que me gusta el riesgo de la incompletud, la complacencia en la brusquedad. Me recuerda aquella línea de Leonard Cohen: «There is a crack in everything. That’s how the light gets in». En la belleza transgredida de estos cuerpos hay un acento de aflicción, sí, pero también de avidez (¿no son lo mismo?), porque en lo inconcluso que muestra las costuras late la potencia, mientras lo acabado es el punto final. Las piezas me remiten al Wabi Sabi japonés que celebra la imperfección. Que enaltece el accidente y honra la aspereza. Me gustan también por lo que implica la postura del artista: reconoce al azar como co-Creador de seres deficientes, anómalos, a ratos monstruosos, siempre precarios, de voz ajada pero amables, como aquel poema de Roberto Juarroz:
«[…] Quizá debamos aprender que lo imperfecto
es otra forma de la perfección:
la forma que la perfección asume
para poder ser amada».
Y me gustan las piezas, cómo no, porque en ellas puedo reconocer mi tosquedad de poeta y también mi ambición ante la poesía, mis gestos de mujer no terminada, lo dual de quien no es sino va siendo, la feliz angustia de cada día.
La perfección es aburrida, qué duda cabe; y el arte, además, debe ser un reflejo nuestro, así que no hay obra que pueda catalogarse como «perfecta»; a lo sumo podemos decir que «aspira» o «se acerca» a la perfección. Es decir, lo que vale es el intento de superación en sí. Como bien dijo Dalí: «No temas perseguir a la perfección, nunca la alcanzarás».
No he visto a Marín (todavía), sólo lo conozco por medio de libros. Lo que nos muestras me parece muy sugerente y ambiguo.
El poema de Juarroz, impecable.
Abrazos perfectos.
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Claro, ¡esa cita de Dalí! Creo que hablamos de ella en alguna otra oportunidad, ¿no? Pues sí, la muestra me gustó mucho, así que ya tienes otro motivo para venir al DF.
Abrazos que asumen su imperfección y la celebran.
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muy buenas fotos, ilustran muy bien… gracias…
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Un abrazo, mi querido Camarero
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