Busco algo en mi biblioteca y me encuentro con otro libro. Lo abro en una de las esquinas dobladas. Casi diría que me emociono, anticipando. Leo:
«RUBÉN
Traga Rubén no brinques Rubén sóplate Rubén no te orines en la cama Rubén no toques Rubén no llores Rubén estáte quieto Rubén no saltes en la cama Rubén no saques la cabeza por la ventanilla Rubén no rompas el vaso Rubén, Rubén no juegues trompo Rubén no faltes al catecismo Rubén no pintes las paredes Rubén di los buenos días Rubén deja el yoyo Rubén no juegues trompo Rubén no faltes al catecismo Rubén amárrate la trenza del zapato Rubén haz las tareas Rubén no rompas los juguetes Rubén reza Rubén no te metas el dedo en la nariz Rubén no juegues con la comida no te pases la vida jugando la vida Rubén.
Estudia Rubén no te jubiles Rubén no fumes Rubén no salgas con tus amigos Rubén no te pelees con tus amigos Rubén, Rubén no te montes en la parrilla de las motos Rubén estudia la química Rubén no trasnoches Rubén no corras Rubén no ensucies tantas camisetas Rubén saluda a la comadre Paulina Rubén no andes en patota Rubén no hables tanto, estudia la matemática Rubén no te metas con la muchacha del servicio […]». –Luis Britto García, «Rubén», Rajapalabra, UNAM, 1993
Con el texto, sugerentísimo, regresa el recuerdo de la lectura: eran los años 90, yo tomaba clase con Eduardo Casar en la Facultad de Filosofía y Letras. Casar, quien desde entonces se me volvió amigo indispensable, nos dejó leer ese libro. Lo compré y en una hora ahorcada entre clases me fui a las islas de CU. En pasto seco, una pareja ávida a pocos pasos y un grupo ruidoso más lejos, empecé a leer. Me fascinó cómo Britto García jugaba, se divertía armando relatos breves con verbos, o con adivinanzas, marcas publicitarias, telegramas o rezos. De pronto el mundo se borró, los amantes y los desmadrosos dejaron de importar y sólo tuve cabeza para el malabareo de palabras. Qué maravilla de trabajo inútil. Devoré el libro, lo subrayé, tomé notas, le doblé las esquinas a un montón de páginas. Se convirtió en uno de mis favoritos, lo releí varias veces. Luego, con los años, se me olvidó, perdido entre los muchos libros que cargo de mudanza en mudanza. Creo que no había vuelto a él desde entonces y creo también que no había vuelto a oír el nombre del autor.
Ahora que lo retomo, me doy cuenta de que hace poco escribí un poema con una forma similar a la de este cuento, a partir de imperativos. La propuesta de Britto García me anduvo por dentro unos 20 años y un día afloró. Es increíble cómo los libros me crean corrientes subterráneas bajo la piel, aunque no me entere.
Increible la foto
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Sí, me gustó mucho. Como para estar ahí, ¿no?
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Ojala 😜
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Sin darnos cuenta, todo lo vivido y leído nos supura en algún momento en lo que escribimos,
Besos.
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¿Sabes lo que me asusta de eso? Que de pronto pueda plagiar sin darme cuenta, es decir, sin ser consciente de que ese «gran texto» que acabo de escribir (tengo humor, ¿viste?) se parece a tal otro, que sin duda es su hijastro. No porque me sienta un dechado de originalidad, sino porque me avergonzaría no asumir la fuente.
En fin, no hay mucho que pueda hacer al respecto, más que estar con las antenas bien desplegadas.
Beso.
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Plagiar sería hacerlo similar intencionadamente y con el afán de esconderlo, sin esa voluntad lo llamaría permeabilización de ideas que brotan tamizadas y sin control, y por tanto serán una reinterpretación de algo quizás ya existente… pero si averiguas con facilidad que a ti (como autora) te retrotrae a tal o cual fuente es que ya no es un gran texto puesto que faltaría tú impronta que lo hace diferente y único, y sí alguien dice ;me recuerda o me lleva a ese autor, no ha de ser vergüenza no haber sido consciente de ello, eso quiere decir que lo que te salió fue honesto. 🙂
Besos.
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Voy a recortar tu comentario y guardarlo cerca, por si luego me dan los calores.
Abrazo!
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