Llevo cuerpo adentro una orfandad, algún bramido. No sólo la indefensión de perder a mi padre apenas cumplí los 17, sino las de ausencias que me dejaron la guardia fracturada.
La poeta venezolana Karla Castro (1985) parece saber de lo que hablo, creo que me ha oído en noches de llanto indefinido. Hoy, #MiércolesDePoesía, saboreo estos versos de su libro Tiempo Añil (Oscar Todtmann editores), que me hizo llegar mi querido Marlo Ovalles. Sirvan para palabrear el hueco que se lleva a cuestas, el que no dejamos de buscar y algunos llaman «casa».
Homeless
«Mi casa
no aparece en los mapas de Google
nadie sabe cómo llegar
Esta casa juega conmigo a la gallinita ciega
esconde la ropa mueve las paredes
pierde las llaves
Es un feudo que se resiste
me odia
confina a esta grulla a no tener nido».

Afortunado
Afortunada
Aquella
Aquel
cuya casa
No
aparece en
Dios Google
Amen –
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¿De plano? No sé, a veces creo que ofrecería una cierta certeza, de esas de las que uno está tan carente.
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Desde que te alejaste,
cuántos lugares se han tornado vanos
y sin sentido, iguales
a luces en el día.
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¿A ti también te ha pasado? Joder, tendré que pensar en ponerle copyright al dolor.
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Perdí a mi padre con veintinueve años, entonces no conocía el poema de Borges. Me recuerdo recorriendo su despacho, abriendo cajones, descubriendo pequeños objetos dentro de cajitas, papeles ordenados con gomas, bolígrafos, sellos (nunca logró a su pesar inculcarme esa afición), libros mejor o peor ordenados…. Pensé entonces que un instante todo aquello había dejado de tener sentido, pues era él el que se lo daba a todo. Empecé a hacerme las preguntas que nunca, por una u otra razón, le hice. Inicié un viaje interior en busca de respuestas, siempre quiero entender lo que acontece aunque, en el fondo, sepa que el sentido sólo es una ilusión. Obtuve respuestas, otras las imaginé, otras se resistieron, todas hicieron que él siga aquí.
Luego se han ido o alejado otros, para entonces ya había leído a Borges y,desde entonces, no puedo dejar de volver de vez en cuando a esos versos.
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El golpe de la ausencia es brutal, jodido, siempre a destiempo, aunque quien se vaya tenga 100 años. Me gusta cómo lo dices: las preguntas hacen que él siga aquí. Coincido: el mío también sigue rondando el campamento, a veces quedándose a dormir en la tienda de campaña, otras mirando desde un poco más lejos.
Es increíble cómo unos versos de pronto hacen que todo cuaje. A mí me pasa mucho, con frecuencia.
Te abrazo fuerte, Gonzalo.
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Para mí eso es lo que hace a la poesía adictiva, aunque duela a veces. Más abrazos.
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Eso, exacto: su capacidad de decir lo que de otro modo se quedaría en silencio que cala. Otros.
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