
«Hallar la voz personal no es sólo vaciarse y purificarse de las palabras de otros, sino adoptar y acoger filiaciones, comunidades y discursos. Podría llamarse inspiración al hecho de inhalar el recuerdo de un acto no vivido. La invención, debemos aceptarlo humildemente, no consiste en crear algo de la nada sino a partir del caos. Cualquier artista conoce estas verdades, no importa qué tan hondo las esconda».
-Jonathan Lethem, En contra de la originalidad (Tumbona Ediciones).
Es una idea perfecta y que aplico con gusto en este blog: lejos de esconder influencias, lecturas, obsesiones por las palabras de otros, sin pudor las canto y las celebro. Asumo abiertamente que lo que escribo es «poco original»: en su mayoría surge de felices contaminaciones, líneas robadas, sonoridades que tomo en préstamo, en suma, de poner un poco de orden en el caos de lecturas y experiencias que acumulo a diario. ¿No hacemos todos un poco lo mismo?

Muy cierto! Muy cierto!
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Abrazo hasta tus lejanías!
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Copio y pego la cita en mi diario. Una certeza que, si somos honestos con los demás y, más importante aun, con nosotros mismos, debemos reconocer.
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¿Por qué a veces nos cuesta asumirlo? No nos hace menos sino al contrario.
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A mí no me cuesta en absoluto. Soy más un compendio que una fuente (como todos, bah…) Llego al punto, en conversaciones casuales, de citar a tal o cual autor y no decir que lo estoy haciendo para no quedar como un pedante (nada más molesto que un tipo diciendo «como dijo H…, como bien dijo J…, etc.) Incluso recuerdo fragmentos de diálogos de películas películas. No hay problema en reconocer que estamos hechos de polvo de estrellas.
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Otra cita, esta vez del gran Drexler evocando, a su vez, a Carl Sagan! Pues creo que eso es lo rico y ahora voy yo de pedante a recordar a Borges con aquello de que se preciaba más de los libros que había leído que los que había escrito…
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Yo al menos sí, reconozco que la originalidad nunca fue mi fuerte.
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La de nadie, en estricto sentido. Todos abrevamos de otros, nos guste reconocerlo o no.
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