Apología del librero-lector

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Llego a la librería a buscar una novela de autor colombiano reciente, que no conozca. Quiero la recomendación de un buen librero, de esos lectores voraces que te recomiendan desde su pasión, que hacen toda la diferencia en la experiencia de lectura. Me aborda un empleado atento, le explico que ya he leído a García Márquez, Fernando Vallejo, Laura Restrepo, José Eustasio Rivera, Mario Mendoza. Le pido recomendarme otra gran pluma colombiana. Regresa con Una misma noche, de Leopoldo Brizuela, Premio Alfaguara 2012. En la ficha biográfica veo que el autor es argentino. «Ah, entonces… le traigo lo último de Rosa Montero». Respondo: «Es española». «¿Qué le parece Hernán Rivera?» «Muy bien, pero es chileno». No estoy ante un librero, sino ante un dependiente. Prefiero seguir sola.

Mientras hojeo títulos llega corriendo el empleado: «Éste es el autor que le decía, Premio Alfaguara 2011: Juan Gabriel Vásquez, El ruido de las cosas al caer«. Por ser cortés lo tomo, aunque lo leí salido del horno. No recordaba que era colombiano, no me dejó huella. En eso doy con Santiago Gamboa, Plegarias nocturnas (Mondadori). Las primeras líneas no son decisivas pero el resumen es prometedor y me pica la recomendación de Manuel Vázquez Montalbán: «Santiago Gamboa es, junto con Gabriel García Márquez, el autor colombiano más importante». Vaya rasero. Me termina de decidir el epígrafe de Lou Andreas Salomé: «Lo que quedaba al final, cualquier fuera el modo en que cambiaran el mundo o la vida, era el hecho inamovible de un universo abandonado por Dios».

Mientras pago siento nostalgia por Héctor, el librero más lector que he conocido. En infinidad de ocasiones me recomendó títulos que son parte de mi bagaje personal. Ahora mismo lee en otra dimensión.

Publicado por Julia Santibáñez

Me da por leer y escribir. Con alta frecuencia.

11 comentarios sobre “Apología del librero-lector

    1. Muchas gracias pero estoy a años luz de mi extrañado Héctor y de todos esos libreros que reivindican el oficio. Las librerías deberían hacerles un monumento, de verdad.
      Abrazote

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  1. Creo que hace poco comenté (aquí) algo que me sucedió hace un par de meses. Estando en una librería, buscando, husmeando, tocando (no suelo pedir recomendaciones, no me fío de ellas; prefiero, a veces, los juegos del azar puro), cuatro muchachos que atendían el local semivacío se enfrascaron en una charla/debate sobre autores argentinos, sobre todo actuales. Uno leía un libro de poemas de Juan José Saer y le pasaba el libro a otro: «Fijate el uso que hace de las comas; fijate cómo cambia el ritmo de la lectura». El libro pasó a otras manos y la conversación siguió por los derroteros de la poesía y la importancia de la puntuación. Presté atención y vi que ninguno de ellos tendría más de treinta años; por primera vez en mucho, mucho tiempo me sentí cómodo en una librería. Sabía que si preguntaba algo me darían una respuesta acertada y, como fue el caso, si nada quería preguntar, me sentía cómodo rodeado de gente que estaba allí para atender, no para despachar. («atender» y «despachar» deberían ir en cursiva)
    Con respecto a Héctor, podríamos suponer que está en la biblioteca del post anterior.
    ¿Conoces el cielo de Swedenborg, D.?

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    1. Recuerdo que lo comentaste en su momento y casi diría que siento envidia por la experiencia. Creo que me hubiera acercado y les hubiera invitado una copa! Es delicioso encontrar ese tipo de libreros, a ellos debo un montón de lecturas fascinantes. En otro momento creo que platiqué que en varias ocasiones, de viaje, me he acercado a algún librero, puesto a charlar y si me daba confianza de estar, como dices, para «atender», le he pedido que me recomiende un libro «que no puedo morirme sin haber leído, sea de este país o de otro». Los aciertos han sido espectaculares, y en casi todos los casos, de autores de los que ni siquiera había oído hablar: en Barcelona uno me trajo a Quim Monzó, Mil cretinos; en Buenos Aires otro me sugirió a David Markson, La soledad del lector, y un tercero me trajo a Giardinelli, Luna caliente; en Nueva York, una chica me recomendó a Lionel Shriver, We need to talk about Kevin. Dime si no les estoy en deuda…
      Abrazo

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      1. Sin duda que estas en deuda, y hasta me has intrigado al respecto. Creo que voy a hacer la prueba (por supuesto, en esa librería en particular). Recuerdo el post en que contabas esa experiencia; la expresión «quiero un libro que no puedo morirme sin haber leído» es perfecta. No creo que me anime a usarla, pero lo haré y te contaré los resultados.

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