Sentar en la misma mesa a Leonardo, Rafael y Caravaggio

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San Jerónimo escribiendo, de Caravaggio, una de las piezas exhibidas en el Cenart

Porque le traía ganas y además porque me la recomendó mi amigo Carlos Herrera, fui a ver la exposición Leonardo, Rafael y Caravaggio, una muestra imposible. Las obras de arte en la era de la reproducción digital, en el Centro Nacional de las Artes (Cenart) de la capital mexicana. La idea es, de por sí, interesantísima: reunir en un mismo punto del espacio y el tiempo obra de esos tres monstruos del arte italiano, de manera que puedes apreciar una junta a la otra La Mona Lisa de Leonardo (que está originalmente en París), La Escuela de Atenas de Rafael (en El Vaticano) y La cabeza de Medusa de Caravaggio (en Florencia).

Me acuerdo cuando fui a ver La última cena de Leonardo, en Milán. Primero, claro, tuve que viajar a esa ciudad del norte de Italia, luego conseguir la cita (se necesitan semanas de antelación), llegar exactamente a la hora. Una vez ahí sólo te dejan estar unos 10 minutos, a distancia considerable y, por supuesto, sin tomar fotos. Luego vas para afuera, que detrás vienen otros. Y lo mismo asomarse a La Mona Lisa en el Louvre de París: verla a la distancia, entre un tumulto de cabezas. Claro, es muy emocionante pero ¿por qué una obra debe ser sólo disfrutable para unos y no para muchos, para los más posibles? ¿Es posible quitarle al arte ese halo de inaccesibilidad sin poner en riesgo piezas irremplazables?

La premisa base de esta exposición de 57 piezas en el Cenart va, justo, en esa línea: si la reproducción digital garantiza no perder nada de una obra en términos de calidad, ¿por qué quedarnos con una sola Mona Lisa? ¿Por qué no hacer diez o 50, idénticas y fieles, y que gente en varios puntos del mundo pueda disfrutarla? Y no sólo de la Gioconda, de todas las obras posibles. Así, lo que hoy está desperdigado por Madrid, Roma, Florencia, Bolonia, Milán, Viena, París, Munich y Washington, aquí se aprecia todo junto, a tamaño natural, igualito al original, además de que te puedes tardar el tiempo que quieras frente a un cuadro y si llegas temprano (fue mi caso) encuentras poca gente. En esos sentidos es mejor disfrutar estas reproducciones perfectas. Además, en la mayor parte de los casos las piezas originales ya no están en su contexto primero sino fueron compradas, donadas o robadas y hoy se exhiben muy lejos de donde fueron creadas. Así, ¿por qué el prurito de que ver las meras originales? ¿No será esnobismo?

La idea de democratizar el arte se planteó de manera más formal a principios del siglo XX, la elaboraron Walter Benjamin y Theodor Adorno, entre otros, y se volvió una realidad imparable con el perfeccionamiento de los métodos de reproducción: se pueden sacar innumerables e intachables copias de una fotografía o una pintura. Me parece que esta muestra es un paso más en esa misma dirección, como sentar a la mesa a esos tres grandes y oírlos hablar (ojalá se replique con otros artistas, incluidos latinoamericanos). En resumen, además de disfrutar las obras me dio gusto que esta idea italiana, de Renato Parascandolo, permita que muchas personas de todos los estratos socioeconómicos puedan acercarse a estas 29 piezas de Caravaggio (incluyendo el soberbio San Jerónimo escribiendo que ilustra esta entrada), 20 de Rafael y 8 de Leonardo (incluyendo La última cena), que las paladeen, se pierdan en ellas, las hagan «suyas» a partir de tomarles una foto. Y también me llevó a releer el excelente ensayo Contra la originalidad, de Jonathan Lethem, publicado por Tumbona Ediciones, que defiende la idea de que todo artista plagia y reformula a otros. Me parece que vale la pena pensar y revisar la excesiva carga social que se le da al concepto original en un mundo que lo es cada vez menos, tanto por la posibilidad de reproducir idéntico un original, como porque se alzan voces que reividican la idea que toda obra de arte abreva de otros. Y qué bueno.

Da click aquí para ir al enlace de la exposición, con una bien montada galería de las piezas que incluye.

Aquí, algunas de mis piezas favoritas de la muestra. Para verlas ampliadas, da click en cada una.

El triunfo de Galatea, de Rafael
El triunfo de Galatea, de Rafael
La última cena, de Leonardo
La última cena, de Leonardo
El Amor victorioso, de Caravaggio
El Amor victorioso, de Caravaggio
La dama del armiño, de Leonardo
La dama del armiño, de Leonardo

 

Publicado por Julia Santibáñez

Me da por leer y escribir. Con alta frecuencia.

17 comentarios sobre “Sentar en la misma mesa a Leonardo, Rafael y Caravaggio

  1. Yo estuve viendo «La última cena» de Da Vinci este año, cuando vivía en Milán. Y tienes razón, es tremendo lo de tener que reservar con tanta antelación. Me gustó y aunque quede mal decirlo, yo sí que le hice una foto 😉

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  2. Puede que tengas razón y se puedan hacer copias para que se dispersen por el mundo, pero cierto es, que estar delante del cuadro original conlleva unas sensaciones muy particulares y eso quizás no se consiga con las copias. Ayer mismo estuve en la Exposición Fuego Blanco en el Reina Sofía de Madrid; http://www.museoreinasofia.es/exposiciones/coleccion-kunstmuseum-basel y ver algunas de las obras en directo que había visto en ocasiones en libros e internet me produjo en algunos casos sensaciones de admiración o más admiración si cabe y en otros por el contrario supuso quedar algo defraudado o al menos no cubriendo las expectativas. Siempre digo que Van Gogh no me parecía excepcional en base a las reproducciones de su cuadros que conocía desde niño, hasta que descubrí en Paris sus cuadros en vivo y en directo y más tarde en Amsterdam repetí. Desde entonces soy un enamorado de su color. Y como con él pasa con otros grandes pintores. Sé que ahora hacen maravillas digitales y que esto que digo ya esté superado o a punto de superarse, pero de momento me quedo con la visión en los museos y exposiciones.

    NA: Totalmente de acuerdo que lo de la Gioconda en el Louvre es demencial.
    Besos, pictóricos que no pintorescos. 🙂

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  3. Sí, es fantástico ver las obras originales en vivo, tiene una parte de magia y otra de «estar ante la historia». Sin embargo, me parece que esta opción de las reproducciones digitales «perfectas» abre la puerta a una difusión mucho mayor del arte para todos los públicos, sobre todo para los que de otro modo no podrían ver las piezas originales. En fin, es una discusión que da para mucho, no pretendo terminarla sino, al contrario, abrirla.
    Abrazos (estos sí, llenos de color original)

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  4. Alguna obras de los grandes han sido copiadas y vendidas como originales, Deben de ser excepcionales para engañar a sirios y troyanos, por otro lado las copias digitales tan fidedignas. Poco costaría ofrecerlas a los publicos que nunca iran a dichos museos. Escelente amiga y bello dia tengas. Rosas y besos.

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  5. A ver, por dónde empiezo… En todo de acuerdo contigo, en lo que respecta al texto de la entrada. Luego, el diálogo que entablaron con el amigazo de Alberto Diéguez no me parece que implique dos miradas distintas; es decir, no veo debate allí. Creo que todos estamos de acuerdo en que ver las obra originales siempre es mejor –aunque la reproducción sea llevada hasta el extremo de la perfección técnica– pero que «mientras tanto», aquellos que no pueden acceder a esos originales puedan acercarse a unas buenas copias me parece una excelente solución. Además, como bien destacas, el tener todas esas obras en un solo sitio, también le suma un buen ingrediente particular y único. Otro punto a favor: el tamaño de las obras, las cuales son reproducidas a escala 1:1 es fundamental. Lo que yo recuerdo como más notorio al ver ciertas obras «en vivo» fue, precisamente, aquellos casos en que los tamaños eran superlativos, tales como los murales de los grandes artistas mexicanos o las obras de Dalí, que en un libro son estupendas, pero que al estar frente a ellas –algunas de las cuales tienen unos cuatro metros de alto– te dejan, literalmente, sin habla.
    Y sí, ya hablé demasiado.

    Abrazo.

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    1. Pues veo que (para no variar) estamos en la misma línea de pensamiento, misma que has resumido con total claridad. Y sí, también coincido en que la escala 1:1 es fundamental en esta discusión. No es lo mismo ver La última cena o un mural de Siqueiros en un libro, que plantarte ante ellos y dejar que se arrollen.
      Abrazo que le gusta coincidir

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  6. Lo de la Gioconda es una locura. Cuando estuve allí me causó la impresión de ser una estrella de cine en la alfombra roja, con docenas de personas rodeando un cuadro minúsculo encerrado en una vitrina de cristal… y fotografiándolo sin rubor y con flash. El que me dejó boquiabierto fue, en la misma sala, ‘Las bodas de Caná’. No entendía por qué la gente se atropellaba por vislumbrar la Mona Lisa pudiendo gozar con toda calma del cuadro majestuoso que tiene justo en frente.
    Un abrazo.

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    1. Sí, Benjamín, lo sentí igual: un despliegue desmesurado para ver aquella pieza pequeña, tan distante de una rock star pero padeciendo todo el escándalo alrededor. Y sí, Las bodas es un lujo total, debería tener mucha más «prensa».
      Abrazos

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  7. No puedo opinar, porque no he visto reproducciones digitales. Tengo sí, en mi memoria el paseo por El Prado y qué decir, fue una experiencia religiosa, al punto, que me hubiese quedado días y días por allí disfrutando de las obras que más me impactaron y/o gustaron.
    abrazote

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    1. Y en Argentina tienen también fantásticos museos, Nélida, de modo que todos tenemos experiencias en cuanto a ver obras que nos marcan. El asunto es si necesariamente el disfrute se tiene que dar sólo con originales o podemos incluir las reproducciones «idénticas».
      Un abrazo, qué gusto verte por acá

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