
Estamos en su sala. Nos acompaña una planta enorme, que estira el cuello para atrapar el sol. Conversamos sobre El idioma materno, publicado por Sexto Piso: comprende textos breves sobre la lectura, la escritura, el lenguaje. Siendo adicta a las tres actividades, lo disfruté como enana (dicen que son voraces). Mientras Fabio habla con las manos lo siento relajado. No se apura a contestar mis preguntas y a veces me formula alguna, pero retoma el hilo, conversador delicioso. Aquí, cinco momentos de la plática que también disfruté como enana.
1. Autodefinición. Cada vez es más común encontrar gente que se presenta como «poeta», pero ésa no es una profesión. Uno sólo hace poemas. Aunque cuando digo «soy escritor» ya me parece exagerado, no he encontrado otra palabra, una que englobe lo que hago. Quizá podría ser una frase, algo como «operador verbal».
2. Escritor y traidor. La oralidad es colectiva pero la escritura es solitaria, pone una barrera. Los niños no entienden por qué no deben interrumpir a quien está reclinado sobre un papel. Y luego están esos signos que parecen sustituir la vida, que de hecho la sustituyen. Por eso, la vergüenza del escritor descansa en que traiciona, sacrifica la comunicación. Además, su trabajo tiene prestigio, como si fuera una especie de sacerdote que sabe cosas ocultas. Este oficio también se vive con culpa por cargar esa mentira.
3. Hábitos de lectura. En general señalo lo que me llama la atención en un libro, una frase que yo tenía a medias pero que ese autor cuajó como había que hacerlo. Es como apropiarme sus palabras, porque el subrayador se vuelve un segundo autor del texto. En El idioma materno narro que, estando en una biblioteca, tomé un libro mío para verificar un dato. Estaba todo rayado, pero no estuve de acuerdo con quien lo hizo. Pensé: ¿por qué destacó eso sin importancia y dejó de lado esto otro, que funciona bien? Éste es un tema sobre el que todo el mundo tiene una opinión, porque todos subrayamos. O queremos ser subrayados.
4. Imaginación. La literatura y la masturbación tienen un punto en común: ambas implican fantasear. Han sufrido épocas de gran condena pero su peligro no radica en el desahogo orgásmico ni en la obra literaria, sino en el hecho de que abren la puerta a la imaginación. Y, según algunos, quien la practica puede enloquecer cualquier día.
5. Libro deseado. En general, cuando leo un libro que me apasiona pienso «pude haberlo escrito yo», siento como si alguien se me hubiera adelantado. Por ejemplo: De ratas y hombres, de John Steinbeck, me ha marcado mucho y me gusta decirme que si él no lo hubiera creado, tarde o temprano lo hubiera hecho yo, aunque por supuesto sé que no es verdad.
Aquí puedes leer un adelanto de El idioma materno.
(originalmente publicado en mi blog Deli(b)rios en el sitio web de la revista SoHo).
mi envidia sigue creciendo, pero la verdad es que he disfrutado mucho estos cinco momentos, besos querida
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El próximo viernes subirá la segunda parte de la entrevista al sitio de SoHo, querido. Yo estaré de viaje pero ahí estarán las letras. Y sí, Fabio es un tipazo, de modo que entiendo bien tu envidia: no sabes cuánto disfruté la conversación con él. Ese día no me hubiera cambiado por nadie del mundo mundial.
Abrazo
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Gracias por compartir, una suerte haber podido estar ahí. Un abrazo
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Un privilegio total, por supuesto, Cristina. Gracias, un abrazo
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Platica sustanciosa gracias por traerla
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Vieras qué rico conversa el hombre, Rubén.
Un abrazo viajero
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Bueno, en teoría lo acepto, pero en la práctica la masturbación siempre está más a mano de cualquiera que la literatura, literal y figuradamente 😀
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Reblogueó esto en Porvenir-Cy comentado:
Definitivamente
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Imagino ha de haber sido una delicia conversar con él. ya, lo que define, es de por sí una exquisitez que abruma.
abrazo
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Él es fantástico, Nélida, per, como pasa con los grandes, no abruma sino hace que uno se sienta muy a gusto.
Abrazo
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