Una mujer en sus treintas quiere que alguien le enseñe a coger (bueno, como es española dice «follar»), que la encamine en la teoría y la práctica de un buen brinco. Hace tanto que no se da un revolcón que ya se le olvidó cómo se hace, así que pone un anuncio en el periódico: «Chica de 30 años, ni tonta ni fea, busca un profesional que le enseñe». Le responde un hombre que le asegura ser el mejor y promete ningún tipo de involucramiento emocional y la devolución del dinero si no se convierte en una experta en la cama.
Es el cuento «La nadadora», de la española Eugenia Rico (qué cosa de apellido, lo mucho que promete) y está incluido en la antología Todo un placer. Antología de relatos eróticos femeninos, publicada por Editorial Berenice. La acabo de comprar en una librería de viejo y este cuento bien logrado es el primero que leo al azar. Como es muy improbable que vayas corriendo a la librería, lo encuentres y lo leas, aquí van un par de líneas disfrutables. Son sobre la primera «clase», que tiene lugar en el despacho del instructor: «Se puso a la práctica enérgica de algo que no sé cómo se llama pero debe tener algún nombre rico, porque es como cuando Aladino frotaba la lámpara, sólo que él frotaba incansable como esperando que yo le concediera un deseo, y cuando se cansaba su lengua, se ayudaba con unas manos suaves que no le habría supuesto yo a primera vista. Y a mí un sudor se me iba y otro se me venía. Le pregunté si no podríamos seguir al día siguiente, que a mí me parecía que como primera lección no había estado nada mal. Él ni me contestó, siguió a lo suyo […]».
Evito citar más, no quiero convertirme en spoiler de las letras eróticas, pero me quedo con la fantasía femenina, que aunque sea lugar común resulta profundamente apetecible: pagarle a alguien para que te enseñe a coger porque tú no sabes. Y repaso la primera instrucción del maestro: que tú misma recorras con el dedo la distancia entre la oreja y el tobillo, pasando por todos los recovecos posibles. Suena como una gran idea para estos días de frío.
(Originalmente publicado en mi blog Deli(b)rios, en el sitio web de la revista SoHo).
Jaja, Danioska, cuantos malentendidos entre los españoles y los mexicanos con ese verbo coger …
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Ups, debí pensarlo antes!
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En Argentina también es un tema el dichoso infinitivo. El libro parece interesante, lo agendaré.
Felices fiestas, Danioska.
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Qué gusto leerte, Bella, muchas gracias por pasar y comentar. Y sí, genera muchos equívocos y codazos.
Un abrazo fuerte, con los mejores deseos.
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Treintañeras, el deseo frustrado de los veinteañeros. Jajaja habrá que esperar a los cuarenta
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Hay mucho chiste en buscar los imposibles!
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Y a los cuarenta vendrán a por tí las de 20… igual te rebelas y te haces un «asaltadentaduras» y te pones a dar besos corega… el humor es necesario 🙂
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Exactamente. Es una delicia explotar la posibilidad de reírnos de nosotros mismos.
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Reafirmo la importancia de esa primera lección, la de recorrerse una misma con un dedo desde la oreja hasta el tobillo. Buena recomendación. Gracias amiga!! Besos cada vez más fríos por aquí, a pesar de las lecturas. 😉
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Y que lo diga una voz como la tuya, querida Li, le da todo el sustento del mundo. A difundir esa primera lección, pues!
Besos desde un estado mexicano de Guanajuato, calientito de abrazos
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Qué Impertinencia!!! andar descubriendo así los secretos de una jajjajaa
Por acá tenemos un dicho, e imagino que por allá también. «Una vez que aprendiste andar en bicicleta, imposible olvidarse 🙂
Abrazote
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De acuerdo contigo, pero sólo aplica si aprendiste bien!
Abrazos
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Con el verbo coger pasa por allí lo que con el nombre de alguien muy cercano, que en España se la conoce como Concha (hace tiempo Conchita). A mí me hace muchísima gracia la confusión. Por cierto, me dice amazon que me traerán el libro el 5 de enero (te dije que para reyes y ahí lo tienes, si es que me portado muy bien). Un abrazo y feliz año, Julia.
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Así es, qué historia con las Conchas, je. Qué gusto que te llegue el libro para el 5 de enero (día de mi cumpleaños), creo que el regalo será para mí!
Un gran abrazo
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