Según este escritor, ninguno de los dos se soporta en estado puro.
En 1947, el exiliado polaco Witold Gombrowicz dictó en Buenos Aires, país en el que vivía desde 1939, una conferencia titulada «Contra los poetas». En su exposición digamos que blasfema se burlaba de sus colegas solemnes, de los excesos poéticos, del lenguaje demasiado profundo, grandioso, elevado. Por supuesto, la provocación sacó ámpulas entre escritores. Años después, Gombrowicz reelaboró el texto y lo publicó, en 1951, en su versión definitiva. Ahora, la editorial mexicana Tumbona Ediciones acaba de publicar ambas versiones, más otro texto, «El escritor y el dinero», todo ello en las 60 páginas del librito Contra los poetas, de la Colección Versus. Aquí van cinco perlas que, ojalá, abran el apetito de leer completa esta diatriba lucidísima, que suscribo:
- ¿Por qué no me gusta la poesía pura? ¿Por qué? ¿No será por las mismas razones por las que no me gusta el azúcar en estado puro? El azúcar sirve para endulzar el café y no para comerlo a cucharadas de un plato como si se tratara de sopa. Lo que cansa de la Poesía pura es el exceso de poesía: el exceso de palabras poéticas, el exceso de metáforas, el exceso de sublimación […].
- Ningún poeta es exclusivamente poeta, y en cada poeta vive un no-poeta que no canta y a quien no le gusta el canto; ser hombre es algo más vasto que ser poeta.
- Los poetas no sólo escriben para los poetas, sino que también se alaban mutuamente y se rinden honores unos a otros. Su mundo, o mejor dicho, su mundillo, no difiere mucho de otros mundillos especializados y herméticos.
- No hay nada más decepcionante, más cómico y más degradante que los congresos de escritores, que en última instancia no son sino una forma más bien cínica de procurarse fantásticos viajes a base de discursos.
- La tendencia actual de socializar la literatura, todas estas recompensas, premios, condecoraciones, todas estas funciones púbicas, son más nocivas que valiosas.
(Originalmente publicado en mi blog Deli(b)rios en el sitio web de la revista SoHo).
No tengo demasiadas experiencias, pero si he comprobado algo de lo que dice el artículo. Alrededor de algunos escritores no parece crecer la hierba de un colega. Un saludo.
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Coincido contigo, pienso igual, Antonio José.
Un abrazo
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Libro maravilloso y sibilino, que a veces me hacía pensar en el «dictionary of the Devil» de Ambrose Bierce. Recuerdo de una época en que compraba libros por los títulos: la insoportable levedad del ser, por ejemplo… uno que es bastante ignorante. Gracias por traerlo a mi memoria. Abrazos somnolientos.
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Uy, debería dedicarle pronto una entrada a Bierce. Amo su Diccionario, pero hace tiempo no lo leo. Debería regresar a él cuanto antes.
Un abrazote desde una Bogotá siempre vital
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Lo peor es que cuando digo una tontería sin querer me despierto sobresaltado… era el Devil’s dictionary, por supuesto. Seguro que tú entrada será deliciosa.
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