
Siempre en movimiento, insatisfecho y curioso, el reconocido escritor argentino hizo un viaje de meses para abrazar y luego contar la esencia de su nacionalidad. Aquí, mi conversación con él sobre su libro El Interior.
Siendo niño tuvo dos gatitos y les llamó Livingstone y Stanley, “porque cuando sea grande quiero ser explorador”, dijo entonces. Hoy afirma que no, no es ningún explorador, “más que, acaso, de ciertas formas de contar las cosas”. En efecto, mientras observa el mundo desconfía de lo que tiene una sola lectura, indaga debajo de lo aparente y busca palabras para narrar lo que ve. Y además intenta que esas palabras evoquen ambientes, aromas, porque en sus libros subyace, sí, una idea de belleza. Pero también es un poco explorador: nacido en Buenos Aires y radicado en España, ha escrito ficción y no-ficción desde infinidad de sitios y ahora reitera esa vocación en El Interior, que Malpaso Ediciones acaba de publicar en México. Se trata del viaje de veintitantos mil kilómetros que hizo por la provincia de su país para “contar” su esencia, si la hubiera. Durante meses recorriendo pueblos y caseríos vio que “argentino” podía significar mucho más de lo que creía: “Busco una unidad y veo cada vez más las diferencias”, anotó. En el intento compuso una Road Movie literaria en la que se entrecruzan crónica, relato, diálogos y hasta chistes que la pluma de Caparrós, polifónica, rica en matices y acentos, logra que en México se disfrute a pesar de la distancia geográfica y temporal (el libro se publicó en Argentina hace nueve años). Aquí, extractos de lo que dijo en entrevista con SoHo.
SER UN PAÍS El libro está hecho de verbos como mirar, mirarse, contar, contarse. Por un lado porque se dirige a nosotros, los argentinos, sobre lo que supuestamente somos. Y luego porque trata de pensar qué es ser un país, qué es ser compatriotas.
MARADONA El gran adalid del esencialismo nacional es Diego Armando Maradona, que dijo: “Estamos como estamos porque somos como somos”. Igual que toda definición de nacionalidad, ésta conlleva la idea de que nada puede modificarse porque hay una inevitabilidad absoluta: las cosas pasan porque somos de equis manera. Yo en el libro digo qué es lo que no somos, pero estoy en contra de decir “somos esto o aquello”. La única certeza es que no hay tal frase como “ser argentino es tal o cual”. Y eso aplica igual a ser mexicano o a ser spaghetti o una lechuga. Como cada uno es una combinación azarosa de factores, no hay definición posible.
NO ABURRIRME Así como me interesa tratar de entender lo que cuento, quiero tratar de entender cómo contarlo. Situaciones distintas convocan distintas maneras de narrar. Además, cuando iba a empezar el libro dije: “Quiero experimentar con formas distintas para que me interese en términos literarios y no me aburra”. Por eso, además de los relatos hay personas escritas en forma poemática. O paisajes que se describen con un haikú. Y es que me aburro si escribo siempre igual.
EL SOUNDTRACK Una banda sonora de El Interior sería el silencio. Me obligué a no poner la radio en el coche, quería que el silencio me obligara a pensar. Fue un ejercicio casi zen de concentración. Ya afuera del auto, el soundtrack sería la cumbia villera. Es una música sin el menor prestigio, paupérrima, con una sofisticación tendiente a cero, pero que se oye en la mayor parte de la Argentina. Me pareció interesante constatar que aunque no la asumimos como nuestra, se oye casi todo el tiempo.
DESPILFARRO No pensaba incluir en el libro las Cataratas de Iguazú. Es un sitio tan de postal que quería esquivarlo, pero pasé muy cerca y me detuve. Cuando caminé por ahí, me dio una especie de arrebato místico. Me parece el lugar donde la naturaleza pone en escena el máximo despilfarro de poder. Es impresionante esa avalancha de energía que se desploma en un lugar perdido y no sé si haya muchas situaciones donde la naturaleza se manifieste con tanta barbarie.
COMPARTIR CON UNA BESTIA Mi auto, al que en el libro llamo Erre, fue el único que estuvo conmigo todos esos meses. Ahora se me ocurre algo que no había pensado: la “erre” es la inicial de Rocinante. Siempre tengo un poco de nostalgia por esa época en la que andábamos a caballo, aunque no la viví. Eso de compartir tus viajes con una bestia, con algo vivo, debía tener un punto muy fuerte. Supongo que de algún modo convertí a Erre en un caballo, para palmearle el cuello y darle un terroncito de azúcar.
DESMELENADO En los meses de viaje me sorprendió el placer de dejarme ir, de estar solo y no cambiarme la sudadera por días. Aunque estaba en contacto constante con gente, siempre escuchando cosas que pudiera contar, al mismo tiempo eran personas ajenas, así que me fui haciendo cada vez más ermitaño y desmelenado, si fuera posible. La sensación de no peinarme en días me daba cierto orgullo, claro, porque es algo que me resulta difícil concebir.
PLACER EN LO QUE CHOCA En el libro hablo de muchos sitios que no son agradables de mirar, pero aun en esos casos mirar es un placer, siempre lo es. Es hipócrita pensar que sólo lo agradable se disfruta. Hay mucho placer en lo que te choca, te repugna o te inmoviliza, te inquieta o te asusta.
SER BUENA PERSONA Está por ahí algo que dijo Kapuscinski sobre que para ser buen periodista hay que ser buena persona, intentar comprender a los demás. Eso querría decir que quien busca comprender a los demás es buena persona, pero se puede querer hacerlo por las razones más canallas, para utilizarlos. Aunque le tengo cariño a Kapuscinski, esa reflexión me parece un poco ñoña.
LOS RIESGOS He dicho que si me viera como futbolista sería el portero, el que mira las cosas a la distancia. Pero los riesgos que él corre son visibles. Él sabe que le duele la costilla porque se tiró al suelo. En cambio, el escritor enfrenta peligros más imperceptibles, no sabe dónde se golpea. A veces cree que no le pasa nada y después descubre que se abrió la cabeza.
(Originalmente publicado en la revista SoHo, septiembre, 2015).
Me pareció una entrevista muy interesante, gracias por compartirla.
Saludos.
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Gracias por pasar, leer y comentar. Caparrós es de mis escritores favoritos, así que celebro que te gustara la conversación con él. Te recomiendo el libro.
Saludos
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¡Muy buena entrevista! La comparto. 😀
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Me ha gustado mucho la entrevista. Mi experiencia con Caparrós no ha sido tan exhaustiva como me hubiera gustado. Nunca he sabido que leer. Le descubrí a través del «País» (diario, en su sección cultural, excelente) y me afeccioné del mismo modo en que lo hice con Rosa Montero y Maruja Torres. A Muñoz Molina le conocía de antes. De Caparrós he leído «¡Dios mío!», «La voluntad», «el hambre» (hace casi nada) e «Interior» precisamente. Los disfruté mucho pero aún no he leído ninguna novela así que aprovecho para pedirte una recomendación personalizada. Besos tangueros y viajeros.
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Celebro que compartamos el gusto por el buen argentino. Curioso, le he leído lo mismo que tú, más Argentinismos y Bingo!, menos Dios mío. Como tú, tampoco lo conozco como novelista puro y duro. Tengo muchas ganas de echarle ojo a Los Living, me lo han recomendado mucho pero no le he hincado el diente. Te cuento en cuanto lo haga.
Abrazo a ratos villero y a ratos, silencioso (para seguir con el Soundtrack de El interior)
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Bien, ya hemos hablado de Caparrós largo y tendido; así que no diré nada más sobre él en sí e iré a un par de puntos de la (excelente, como no) entrevista. Cuando vi el título de tu entrada, debo reconocerlo, fruncí un poco el gesto. No estuve de acuerdo con ella, pero cuando leí el texto que la amplía cedí y en ese caso sí, estoy de acuerdo (el problema de una síntesis excesiva, podríamos decir). El punto que más comparto en lo personal es Despilfarro. si recuerdas mi entrada sobre las cataratas del Iguazú dije algo parecido; la imposibildad de transmitir esa enormidad sensorial. Pero más cercano a lo que dice Caparrós fue lo que me sucedió en la selva peruana, caminando esos ocho kilómetros entra montañas rumbo a Aguas Calientes. Allí el sentido místico se hizo presente de una manera tan fuerte e imperiosa que tuve que detenerme. Me sentí tan pequeño, tan solo, pero al mismo tiempo tan feliz que no podía, siquiera, dar un paso. ¿Cómo alguien puede pretender que todo esto se ha hecho para beneficio de alguien como yo? Recuerdo haber pensado. ¿Cómo se puede ser tan soberbio de creer que somos el centro de todo? Como siempre, creo que los hombres piensan al revés, que están totalmente equivocados. Hay que «cambiar el switch» como digo de manera constante o, como lo dijo mejor el amadísimo Nietzsche «Transmutar todos los valores».
Abrazos.
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Claro que recuerdo que hablamos en su momento de Iguazú y de lo mucho que a ambos nos sacudió estar ahí, y también recuerdo que me platicaste lo de Aguas Calientes. Entiendo y comparto tu repetida insistencia en la transmutación de los valores, quitarnos los lentes acostumbrados y plantarnos en otra esquina del mundo para aprender a ver desde otro sitio.
A mí me pasa algo distinto a lo que señalas: ante espectáculos tan arrolladores como las Cataratas no me da por pensar «¿Cómo puedo pretender que todo esto se ha hecho para beneficio de alguien como yo?» sino, más bien: «Qué privilegio disfrutar esto, estar aquí y ahora, viva, con todos los sentidos abiertos para beberme esta belleza de la que, de alguna forma, también soy ínfima aparte, porque un día mi ceniza regará árboles como estos». Es decir, llegamos por distintos caminos al asombro y a la humildad total. Y me gusta encontrarme ahí, me parece un sitio saludable desde el cual ver la vida.
Abrazote
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