Encontrarme en verbos, adjetivos

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Tengo una propensión de siglos, una ebullición recurrente en las venas: es la urgencia por leer, por hallar palabras para armar sentidos, como si las generaciones que me habitan buscaran verbos y adjetivos dónde posarse para componer historias, paladear ecos, cadencias.

Desde hace muchos años no hay un día que no lea. Pasan por mi escáner libros, revistas, periódicos, blogs, sitios de Internet… todos o algunos cada jornada. La fiebre llega a tal absurdo que, sin darme cuenta, con frecuencia me veo leyendo la caja de unos chocolates, el panfleto recibido en la esquina. Creo que en el fondo está aquello de C.S. Lewis: «Leemos para saber que no estamos solos».

Publicado por Julia Santibáñez

Me da por leer y escribir. Con alta frecuencia.

15 comentarios sobre “Encontrarme en verbos, adjetivos

  1. Conozco la enfermedad. Hay quien tiene tele hasta en el baño. En casa hay una librería revistero… Y siempre, siempre, un libro en el bolso. Luego estoy condenada a llevar siempre bolso y no pequeño.

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  2. Afortunadamente, creo que los síntomas que describes se han ido contagiando hacia más personas. A veces, cuando no hay un libro a la mano, o cuando falta algún medio electrónico frente a mis ojos, me conformo con leer la caja de cereal mientras estoy desayunando solo.

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  3. Por desgracia, dicha enfermedad no es virósica ni, mucho menos y doble desgracia, de transmisión venérea; si así fuera estaríamos mucho mejor acompañados. Quienes la padecemos con orgullo solemos tener diferentes síntomas: el más común es el de leer a toda hora (en mi nuevo apartamento no tengo T.V. ni radio ni equipo de audio, así que imagínate qué panzada cada noche o cada tarde de lluvia); me gustaría conocer los síntomas individuales.
    Por ejemplo: alguna vez, sumido en el agua caliente de la bañera y habiendo terminado lo que había llevado para leer (o quizá no fuera de mi agrado) me he encontrado leyendo envases de champú o desodorante. Otra costumbre es, cuando voy caminando por las calles, observar las patentes (o chapas, según el lugar) de los autos y, con las tres letras que poseen, formar la mayor cantidad de palabras posibles. Etc.
    Dígame Dra D.: ¿Es grave?

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    1. Qué le diré, verá usted, si compartimos síntomas: me ha pasado jugar con las patentes (en México las llamamos «placas») de los autos, leer las etiquetas del champú, todas las señalizaciones en las calles, las promociones que dejan sobre la mesa del restaurante, incluso las secciones del periódico que no me interesan pero estaban a la mano, por mencionar algunas anomalías. Y también me ha pasado sentirme angustiada en países cuyo idioma no entiendo y en los que, por tanto, el mundo se ofrece como un gran texto ilegible: miles de palabras en las calles pero yo sin poder entenderlas. En esos casos me he volcado en escribir, en tratar de traducir las experiencias en palabras reconocibles para mí. Así que no sé qué decirle, estimado paciente: la bendita manía de «leerlo todo» me parece grave pero al mismo tiempo confieso que la encuentro encantadora, disfrutable.

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      1. Es grave, aguda y esdrújula; será por eso que parece no tener cura.
        Otro síntoma que recordé luego de enviar el mensaje: a veces, y por fuerza de la costumbre o hábito, leo «de un vistazo» es decir, sin «pasar la vista por las letras». Eso me ha llevado a algunas confusiones graciosas, cuando unas letras toman el lugar de otras ( un neurólogo podría explicarlo con más pericia, pero supongo que el cerebro reconoce la imagen antes que a la palabra en sí).
        Ejemplo: haciendo cola en un banco veo un cartel que dice «Caja de créditos», cuando en un primer momento había leído «Caja de cerditos» Hubo otros casos, pero ahora no aparece ninguno.

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      2. Claro, eso también me ha sucedido. Hace no mucho estábamos mi hija y yo en una iglesia, en la boda de una amiga. De pronto leí algo escrito encima de una puerta, como dices, «de un vistazo» y juré haber visto «Artículos peligrosos». Lo que decía, por supuesto, era «Artículos religiosos». Nos dio muchísima risa… misma que tuvimos que contener, claro está. Esas confusiones son divertidas y dan lugar a cuentuitos, cuentos en 140 caracteres, como el reciente «Cuando uno es niño cree que la vida es un juego de Lego. Cuando crece se da cuenta que es un juego del ego» o «Cuando se estaba enamorando, ella decía: «Es el hombre más completo». Cuando lo suyo terminó afirmaba: «Es el hombre más complejo». Ya ves, de todo saca uno materia de lectura… Help!

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