Es ilustrador, de los buenos pero no de los convencionales. Se le da jugar con palabras. Hace poemas cuando tiene tiempo. Me lo imagino sonriendo cuando se pone a dibujar/escribir. También cuando come; así se encarga de contarlo en la portada de este libro, con el dibujo que lleva como pie: «Retrato de un poeta contento (porque ya comió)». Editorial Almadía publicó este experimento lúdico suyo, que recién terminé y del cual hace poco subí a este blog un fragmento sobre la felicidad y los mangos de manila (aquí va el link: http://wp.me/p1POGd-1pX).
Encuentro difícil describirlo, porque tampoco se trata de quitarle al lector el placer de hincarle el diente. Por decir algo, ahí van tres cosas: 1. Es una ricura, un divertimento visual y textual, una nueva vuelta de tuerca a la propuesta inaugurada por Apollinaire y Mallarmé, continuada por la poesía concreta, en la que forma y tipografía son parte del texto; 2. Hay que comprarlo y leerlo para que el autor siga sonriendo (porque tiene algo para comer); 3. Agradecería que en la reimpresión, que seguro Almadía tendrá que hacer, le ponga un papel más grueso.
Aquí, una botana:
Propietaria
Soy la dueña
triangular
de cuatro centímetros
púbicos.
Mi cuerpo se compone de sal
Mi cuerpo se descompone en arena
Pero no soy mar.