Aquí terminan las citas de mis libros favoritos del año. Pero las palabras se me quedan merodeando.
15. Francisco Hernández, ”Taller de Moris. I”, en Odioso caballo, Almadía, 2016
En éste, su libro más reciente (con el lujo de diseño de Alejandro Magallanes), el escritor veracruzano clava el punzón con sus versos. Y brota sangre. O pus. O humores. El asunto es que no falla.
“[…] Sobre esta mesa, mi foto
es la foto de mi padre.
Él es yo: metamorfosis redundante.
Me veo peinado a su manera,
hablo con su tono de voz
y engaño a mi madre con mi esposa”. p. 122
Los poemas de Hernández me hicieron varios días del verano. Como éste.
16. Malcolm Lowry, Bajo el volcán, traducción de Raúl Ortiz y Ortiz, Ediciones Era, 1964
Geoffrey Firmin, exCónsul británico, se reencuentra en la ciudad de Cuernavaca con su esposa, Yvonne, de quien está separado. Es el Día de Muertos de 1938. La novela (publicada en inglés en 1947) es una impresionante construcción de estilo, donde el protagonista va perdiendo y encontrando la lucidez entre mezcales, en el contexto de un país que no esconde los colmillos. Duele en cada línea. Y se disfruta. La leí en inglés pero aquí está un soberbio pasaje en español.
“[…] Y ahora estaba el Cónsul en el baño, alistándose para ir a Tomalín. —¡Oh! —decía—. ¡Oh!… pero, ¿ya ves?, después de todo no ha ocurrido nada horrendo. Ante todo, a lavarse —tembloroso y volviendo a sudar, se quitó saco y camisa. Dejó correr el agua en el lavabo. Sin embargo, por alguna razón misteriosa estaba bajo la ducha en donde esperaba, agonizante, el impacto del agua fría que nunca llego. Y seguía con los pantalones puestos”. p. 165
La novela de Lowry me dejó impresionadísima por semanas. Aquí, algo que escribí al respecto.
17. Gerardo Cárdenas, “Cuatro escritores en Qumran”, en Silencio del tiempo, Editorial Abismos, 2016
Se trata de poemas que reescriben pasajes de la Biblia, que ponen a hablar a protagonistas de la fe desde otra esquina del ring. En éste, el escritor mexicano le pone voz al evangelista Lucas:
“[…] Yo escribiré
más que los otros; la historia no acaba en la muerte
la prestidigitación continúa;
todo se vuelve presagio
leer las entrañas de un animal sacrificado
no es muy distinto
de comer el pan o beber el vino
y pensar que es otra cosa.
Sólo necesitamos adeptos”. p. 51
18. Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Alfaguara, 2004
No hace falta que cuente de qué trata. Sólo digo: aunque tenga la mala fama de ser “importantísima”, “un clásico”, “fundamental”, leer el Quijote es de lo que más vale la pena hacer en la vida. Aquí, el caballero andante habla con la supuesta imagen de Dulcinea, “convertida” en una pobre labradora:
“[…] ya que el maligno encantador me persigue y ha puesto nubes y cataratas en mis ojos, y para sólo ellos y no para otros ha mudado y transformado tu sin igual hermosura y rostro en el de una labradora pobre, si ya también el mío no le ha cambiado en el de algún vestiglo, para hacerle aborrecible a tus ojos, no dejes de mirarme blanda y amorosamente, echando de ver en esta sumisión y arrodillamiento que a tu contrahecha hermosura hago la humildad con que mi alma te adora”. p. 620
19. Mónica Maristáin, «Soñé que me comíoa un tigre», en Antes. Paisaje sonoro con mujer mirando una ventana, Literal Publishing
Poemas sobre sueños, sobre lo que se oye en el radio. Poemas sobre lo que quiere pasar en el mundo, sobre lo que se piensa y no se dice por intrascendente o por tener dos filos. La autora argentina con acento mexicano arma un cruce de planos entre afuera y adentro, antes y después. Y uno se queda con palabras en las manos como testimonio del viaje. Implacable.
[…] pienso que en eso el sueño no se equivocó
porque el hecho de que apareciera mi abuela me salvó la vida
y ella después empezó a cortarme el pelo
claro que cuando iba a comentar el sueño aquel donde mi abuela me corta el pelo me desperté
no voy a soñar con tigres ni a soñar con abuelas
o sueño con tigres y abuelas juntos
o no sueño más
y me quedo despierta para toda la vida».
20. José Manuel Recillas, “Canción de amor y muerte y despedida de Lillian van den Broeck”, en Atrévete a mirar, tú, que no quieres, Estado de México, 2016
Con versos trabajados en la fragua lenta de la poesía clásica, el autor mexicano plasma el desconcierto de saberse no-amado. Quiere saber si, cuando muera, la voz de la persona amada dirá su nombre. Le dará un hogar.
“[…] Tal vez el hombre al fin algo sabrá, y su reposo no tendrá ya nombre
pues no habrá quien cave la última fosa, si acaso… un nombre habrá que nos redima,
si acaso… un nombre habrá que nos redima”. p. 28
Y EL BONUS TRACK…
21. Evelio Rosero, Juliana los mira, Tusquets, 2015
Una niña narra lo que le pasa por dentro y por fuera. Y lo hace encontrando las palabras que necesita. Esta novela del escritor colombiano, de las mejores que he leído en los últimos muchos años, fue regalo de mi amigo, Andrés Grillo.
«[…] un jadeo incontrolable en el extremo opuesto, él despojándose del uniforme, no debo verlo, no, lo estoy viendo, aquello palpitante endurecido brota con más ímpetu cuando él se quita el pantalón, veo […]y ya voy a gritar, es el tiempo de hacerlo, de ayudar a mamá, voy a gritar ¡déjala en paz! cuando mamá hace un gesto igual que cuando una pide perdón o dice ‘estoy cansada, no juguemos’, y alarga el brazo como llamándolo, implorándole eso, y es por eso que me disuado […]».
Ciertamente leer El Quijote debe ser obra de insensatos, como lo deben ser casi todas las cosas que merecen la pena en este mundo. Felices Pascuas.
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¡Insensatos del mundo, uníos!
Disfruta, bebe, come. Abrazos cósmicos.
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