Andar una ciudad para narrarla. O narrarla primero y confirmarla con los pasos que se dan. O desandarla a golpe de ficción. O erigirla con palabras, aunque no exista, pero ya existe desde que el escritor le hizo un edificio verbal. Me encantan las muchas posibilidades narrativas de las ciudades. Y también amo la literatura de viajes, entendida como aquella que ocurre en un territorio fuera de casa, real o imaginario: un mar poblado de monstruos, los pueblos argentinos que Martín Caparrós recorrió para narrar “la entelequia que es un país” en su libro El interior, la llegada a México contada por la marquesa Calderón de la Barca o el asombro de una de las Ciudades invisibles de Italo Calvino. Me apasiona que ponga a dialogar el mundo interior con el exterior, lo refleje, lo cuestione.
Fabio Morábito también parece disfrutar tanto las ciudades como la literatura de viajes. Paciente contador de historias, está a gusto en la frontera porosa donde se tocan el recuerdo, la crónica, la ficción. De modo que construye ciudades/ viajes con palabras que son todo, menos inofensivas, porque también es poeta. Y además sabe de extranjerías. De desarraigos. Aprendió a hablar en italiano, pero cuando a los 15 años llegó a vivir al D.F. adoptó el español como lengua de escritura. Es decir que temprano tuvo la inquietud de encontrar el tono preciso entre todos los posibles, de saber quién es uno en un idioma y quién, en otro.
Con ese bagaje, cuando hace tiempo vivió un año en Berlín se puso a narrar no la ciudad, sino su ciudad. Con paciencia armó los 13 cuentos del libro También Berlín se olvida como si los inscribiera en el amplio registro de la literatura de viajes. A partir de la memoria y la ficción, comunican el clima mental de recorrer calles extrañas que se vuelven un poco propias, de «calentar la pluma» sin dejar de sentirse descolocado. Con frecuencia, sus personajes no saben qué decir o hacer. Llevan a cuestas una cierta vergüenza. Como el narrador que cada madrugada llega a comprar el pan y encuentra al mismo hombre que come un croissant mientras lee el periódico. El tipo no voltea a verlo y le hace cuestionarse como escritor: “¿Qué posibilidades tenía de que alguna vez mis palabras llegaran hasta él? Ninguna, prácticamente. Tenía ahí a un lector inalcanzable, que me daría la espalda toda la vida. Me pregunto si todo lo que escribí en Berlín lo escribí para él, para conmover a esa roca impasible, y si he seguido escribiendo desde entonces para ese hombre sin rostro, ajustando cada línea con la esperanza de distraerlo de su periódico”.
Ahí está, también, el turco que se dedica a ver traseros en el lago Krumme Lanke mientras otros toman el sol y se fascina con una nudista acostada en su toalla. Entonces el narrador se vuelve cómplice: «Supe que, de vivir permanentemente en Berlín, nunca sería de aquellos que se tuestan en el verano el Krumme Lanke. Sería más bien, como el turco, un solitario fauno que espía las nalgas de las mujeres. Su conducta me pareció la más digna de todo el lago. Para él la desnudez no era, como para los nudistas de fin de semana, un segundo traje más cómodo, sino todavía algo perturbador que reseca la boca y acelera los latidos. Acechaba a su presa y cuando de regreso lo vi dormido sentí piedad por él, la piedad que me inspiran los sátiros, peludos y acalorados en la espesura, siempre solos en alguna orilla y siempre burlados por las ninfas».
Al leer los cuentos de También Berlín se olvida me parece que algunos días el autor caminó descalzo las strasses alemanas sintiendo la vibración de cada una, y otros días las anduvo casi flotando, presintiendo. Sólo así me explico la variedad de registros. El libro fue publicado por Tusquets en 2004 y acaba de ser reeditado por Sexto Piso. En especial disfruto los cinco relatos agrupados bajo el nombre «El muro». Con elementos de ensayo pero sin sacrificar fuerza narrativa, teje pasajes así, de “Cómo el muro nunca existió”: «En toda edificación humana hay lugar para una grieta. El Muro de Berlín no sólo no escapó a esa lógica sino que la llevó más lejos que ninguna otra construcción. Puede decirse que empezó a caer no desde que fue construido sino desde que fue concebido. Se puede afirmar incluso que nunca existió. Lo que existió fue la grieta de Berlín. Y como una grieta no puede existir sola se hizo un muro que la contuviera. Se proyectó pues la grieta y no el muro. Se proyectó el vacío y no la presencia”.
Morábito, una de las plumas más pulidas de la literatura mexicana y quien tras 45 años de vivir aquí no pierde el suave acento italiano en la voz, es comentador asiduo de hoteles y destinos en el sitio web TripAdvisor. Quizá porque ese ejercicio conjunta algunas de sus obsesiones: las ciudades que se construyen con palabras, la extranjería, los viajes que ponen a resonar el mundo interior y el exterior.
(Originalmente publicado en mi blog Deli(b)rios en el sitio web de la revista SoHo).
Impagable éste libro de Morábito. Devoré una primera edición caída en la bañera a mi amigo el Poeta (maltratada, hinchada y sin portadas) en un fin de semana con gripe. No conseguí enterarme de dónde era el señor y creo que hubiera muerto pensando que era chileno. Su delicadez no llegaba al amaneramiento de las antípodas y de mexicano nunca me dio el tipo… ahora me dices que italiano trasplantado pa’ más INRI. Y sí, también me da ecos de Calvino y no por lo más evidente. A ver si voy a comprarme algo más ¡es tan corto el tiempo…! Ps ¿Tienes pensado venir a Europa en el futuro próximo?
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¡Qué gusto que conozcas el libro! Coincido contigo en que el tono de Morábito no permite ubicarlo fácilmente en una nacionalidad. Es uno de mis escritores favoritos, exquisito y de una precisión que mata. No sé si conoces su poesía, creo que incluso me gusta más que su narrativa. En fin, celebro que compartamos el gusto por su obra. Y en cuanto a tu pregunta, no, desgraciadamente no tengo planes de ir por allá en el resto del año, querido mío. Me gustaría tanto…
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¡Poeta! Se me ponen los dientes largos… me pondré por la labor de agenciarme algo. Respecto a lo de Europa ya me dirás que tienes (tú y quien te quiere) lugar donde aterrizar en varios sitios. Por estas latitudes. Sicilia es una maravilla, que lo sepas y desde aquí se alcanzan fácilmente Malta, Túnez (aunque ya no sea buena idea), Atenas, nuestra amada Turquía, erez-Israel…
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Y claro, siempre tendremos París…
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😀
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Qué ganas, querido, de pasearme por allá, tener contigo interminables conversaciones sobre poesía, autores y vidas, aprender de ti sobre música… Un día los hados se confabularán a nuestro favor. Verás que sí.
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A no más de cuatro semanas de haber regresado de mi primera visita a París, leerte me anima a escribir los diálogos interiores que me compartí en muchas horas de recorrer sus calles solo. Si, me las voy a contar con palabras y quizás las comparta…
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Qué bien que el libro de Morábito te dispare la intención de escribir. Me alegro por ello, gracias por comentarlo.
Saludos
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