“El impulso de crear una obra de arte surge cuando, en ciertas personas, el sobrecogimiento pasivo que provocan los seres y acontecimientos sagrados se transforma en un deseo de expresar ese sobrecogimiento mediante un rito de veneración u homenaje; y, para ser un verdadero homenaje, ese rito debe ser bello. […] En el caso de la poesía, el rito es verbal: rinde homenaje nombrando”. -W. H. Auden, El arte de leer, Lumen
Esto que dice Auden es justo el tema, el intento: ¿cómo pongo en palabras la inminencia de esa ola monumental que me envolvió, de manera que quien lea el poema sienta, efectivamente, que se le viene encima la pared de agua, que el azul más azul se multiplica encima y a los lados y abajo y más, que no puede sino cerrar los ojos y dejarse llevar?
Acaso lo procuro para tratar de decirme yo misma el miedo. El delirio. La adrenalina.