Versos que sin decir mi nombre hablan de mí

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Algunos lugares cargan las baterías internas. Quizá sea el aire más transparente de lo normal, la luz ligera, el paisaje perfecto, quien uno es ahí, las buenas vibras del ambiente. No sé, pero Tepoztlán es para mí ese sitio. Lo descubrí hace apenas un par de años, cuando atravesaba la etapa de mayor dolor emocional de mi vida adulta. Como por azar (aunque nada es estrictamente azaroso) se me ofreció una pequeña casa de fin de semana, con vista a la montaña de piedra. La renté, sin pensarlo mucho: por varios meses desde ahí me aferré a la seguridad inmutable del cerro del Tepozteco, a la certeza de que todo termina bien. Convertí la casita, sencilla a morir, en mi espacio de soledad, de escribir y leer. Fue la cueva austera donde pude lamerme las heridas para seguir avanzando.

Ahora empiezo una nueva etapa del camino a solas y estoy de nuevo aquí, conectando con quien soy, rodeada de libros, de cuadernos de escritura. Me pesa causar dolor a quien tanto amé. Siento nostalgia. Agradezco mucho lo vivido, lo que di y más todavía lo que recibí, pero sé que los ciclos se terminan, que vale más aceptarlo. Y en un libro comprado ayer en estas calles empedradas encuentro versos de Segovia, que sin decir mi nombre hablan de mí: «Cae la tarde flotando en la tibieza/ Como un gran trapo en unas aguas quietas». (Tomás Segovia, «Fin de jornada», Lo inmortal y otros poemas, Ediciones Sin Nombre/ UNAM/ Conaculta).

Publicado por Julia Santibáñez

Me da por leer y escribir. Con alta frecuencia.

8 comentarios sobre “Versos que sin decir mi nombre hablan de mí

  1. comprendo el dolor, pero las cosas suceden, pasan y me hiciste recordar estos versos mios:
    Se van los pájaros.
    La tarde es fría.
    También te vas.
    Silban los oboes
    al tren en marcha.
    Flor de silencio
    Abre el hastío.
    No hay unicornios
    Solo esfinges de sal.

    Un abrazo y adelante.

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  2. En nuestras vidas siempre hay encuentros y desencuentros. Momentos en los que la felicidad parece que desaparece, que no haya existido nunca, de tantas cargas que nublan nuestra mente y nuestro corazón. Ya sean por problemas sentimentales, del trabajo, por la duda de llevar un camino equivocado en la vida que nos ha tocado vivir, la necesidad de asirse a algo perpetuo se convierte en un salvavidas incontestable. Y ahí la Naturaleza brilla con todo su esplendor: el océano -al que yo amo-, las grandes montañas, los campos fértiles en primavera; todas ellas, fuerzas constantes que nos acompañan, nos rearman para seguir dando el sentido que sin duda tenía nuestra vida y que, en algún momento de ésta, despistamos en un recodo de nuestro corazón. Sólo por un momento.

    Feliz fin de semana.

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  3. No hay adjetivos para los vaivenes de esta vida. Cuando los encontramos o creemos encontrarlos es porque no somos nosotros los que estamos inmersos en esas circunstancias; entonces, todo acercamiento es tangencial, pobre, incompleto. Siento mucho todo esto y siento mucho no haber estado aquí en el momento adecuado.
    De todos modos, abandonado al optimismo más desbocado (aunque no ciego ni torpe, porque si hay alguien en quien creo a ciegas; si hay alguien en quien confío hasta en el más mínimo fragmento de esperanza, ésa persona eres tú, D.) sé que vas a salir adelante y que lo harás como siempre: altiva, orgullosa e íntegra.

    Nunca como hoy te abrazo con todo mi afecto.

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