Se murió. Tenía 103 años y nunca ganó el Nobel, pero dejó versos con la cualidad alada del mármol muy blanco, del aire más firme.
Aquí está uno de ellos.
Estamos solamente más solos.
Se murió. Tenía 103 años y nunca ganó el Nobel, pero dejó versos con la cualidad alada del mármol muy blanco, del aire más firme.
Aquí está uno de ellos.
Estamos solamente más solos.
Estoy leyendo La guerra no tiene rostro de mujer, de Svetlana Alexiévich. Publicado por Debate, es el recuento crudo, sin aderezos ni azúcar, de las mujeres que participaron en la Segunda Guerra Mundial como francotiradoras, conductoras de tanques, pilotos, enfermeras, soldados. Este primer libro de la ganadora del Premio Nobel de Literatura 2015 está armado como un collage de testimonios, a partir de las más de 500 entrevistas que Alexiévich realizó. Así, dice, “los rostros se borraban, sólo quedaban las voces”. Y esas voces hablan de la iluminación, el espacio y los olores del conflicto vivido por ellas. Responden a preguntas como: ¿Qué siente una persona ante la absurda idea de que puede matar a otra? ¿Con qué palabras se narra tener el pelo empapado de sangre de heridos? ¿Con cuáles ver que una mamá ahoga a su bebé, que llora de hambre, porque no tiene cómo alimentarlo? ¿Qué se rompe por dentro cuando un moribundo cuya pierna fue arrancada de cuajo pide que lo entierren con ella? ¿Qué fue lo más difícil cuando terminó la guerra y hubo que recuperar la normalidad, pero se había perdido todo referente de qué era “normal”?
Es lo primero que leo de Alexiévich. El suyo es un trabajo espléndido de recopilación, escritura y edición, con el enorme logro de hacer un monumento polifónico al coraje y el dolor humanos. El otorgamiento del Nobel se basa, me parece, en ese bucear en las honduras emocionales con los ojos abiertos y los oídos igual, para luego vaciarlo en lenguaje, en sonidos atravesados por silencios. “El camino del alma para mí es mucho más importante que el suceso como tal, eso no es tan importante. El ‘cómo fue’ no está en primer lugar, lo que me inquieta y me espanta es otra cosa: ¿qué le ocurrió allí al ser humano? ¿Qué ha visto y qué ha comprendido? […] Los sentimientos son más vivos, más fuertes que los hechos”, dice en alguna parte del libro.
Recuerdo que cuando le dieron el Nobel, algunos puristas se rasgaron las vestiduras, diciendo que la labor de Alexiévich es más periodística que literaria. Ahora que la leo pienso que ahí están nombres como Truman Capote, John Banville, Ryszard Kapuscinski y Martín Caparrós, quienes han transitado de una a otra arena con soltura. Al final, poner una frontera que divida periodismo de literatura me parece ocioso. Pedante. Limitado. Si un texto se vale del lenguaje y la forma para sacudir, si permite asomarse al incendio que ocurre dentro del otro, si revela y emociona, si multiplica las contradicciones en vez de resolverlas, entonces es literatura. Así que no creo que sea ninguna ofensa afirmar que el Nobel de Literatura se lo dieron a una periodista. Como señala la argentina Leila Guerriero: “Periodismo es un género literario que trabaja sólo con materia prima obtenida de la realidad”. Pues eso.
(Originalmente publicado en mi blog Deli(b)rios en el sitio web de la revista SoHo).
“¿Podemos estar realmente seguros de que las palabras que dos personas han cruzado durante su primer encuentro se hayan desvanecido en la nada como si nunca las hubiera pronunciado nadie? ¿Y ese susurro de voces, esas conversaciones telefónicas desde hace alrededor de cien años? […] Bosmans había leído en alguna parte que un primer encuentro entre dos personas es como una herida leve que ambos notan y que los despierta de su soledad y su embotamiento”, dice El horizonte (Anagrama), primera novela que leo del flamante Nobel de Literatura, el francés Patrick Modiano. Voy a la mitad y me está gustando. Su prosa es sutil, sin aspavientos pero fuertemente emocional. Aunque parece que en la novela pasa poco, los protagonistas viven un abanico de emociones marcado por la sombra de una amenaza que uno de ellos trata de reconstruir, 40 años después.
Me parece hermoso el concepto que cito: cuando dos se conocen, sin darse cuenta se hacen un rasguño que a veces cierra de forma imperceptible y otras, deja una cicatriz por el resto de la vida. Sí, tal cual. Me va gustando, Modiano.
La próxima semana se anuncia al ganador del Nobel de Literatura. La empresa británica Ladbrokes congrega cada año las apuestas de los que la hacen de adivinos en esto y entre los máximos favoritos para llevárselo este año figuran el japonés Haruki Murakami y el nigeriano Ngugi Wa Thiong’O. Otros con posibilidades son la narradora bielorrusa Svetlana Aleksijevitj, el poeta sirio Adonis, el albanés Ismail Kadare, más los estadounidenses Philip Roth, Bob Dylan y ohsorpresa el hispano Javier Marías. Por ahí aparece también Umberto Eco, que en estos días acaba de recibir el Premio Gutenberg porque con sus novelas “introdujo a millones de lectores internacionales en la cultura del libro”. A sus 82 años, los 13 mil dólares seguro que no le vienen mal, aunque le vendría mejor el millón de dólares del Nobel.
No creo Eco que se lo lleve pero votaría porque sí, considerando su obra completísima y con muchos acentos y ángulos. Me parece genial El nombre de la rosa y me impresiona su trabajo como semiólogo: en su momento devoré Lector in fabula, La estructura ausente y Apocalípticos e integrados. Además, La búsqueda de la lengua perfecta, Historia de la belleza e Historia de la fealdad son libros a los que vuelvo con frecuencia, y es una delicia el nuevo Historia de las tierras y los lugares legendarios. Y encima me gusta su humor un poco amargo, cero intelectual, según cuenta en Así hablan los que escriben (Atlántida) el periodista argentino Alfredo Serra, quien lo entrevistó hace años y se topó con pared. Ante la pregunta de qué quiso decir con El nombre de la rosa, especie de novela policiaca y crónica medieval, Eco respondió: “Nada. La escribí porque ese día tenía ganas de matar a un cura”. Luego dijo: “Detesto que me pregunten ‘¿Con qué personaje de sus novelas se identifica más?’. Es una pregunta banal. Tanto, que respondo: Con los adverbios”.
Al cuestionarle sobre su libro favorito salió con que: “El que tiene un solo libro toda su vida es un idiota. Yo tengo por lo menos cien” y cuando el periodista le preguntó: “¿Está escribiendo una nueva novela? ¿De qué trata?” vino la respuesta como un látigo: “Mire: si estuviera escribiendo una novela, el tema no lo conocería ni mi propia mujer. Y eso que duerme conmigo. Menos pienso decírselo a usted, que no tiene relaciones sexuales conmigo”. Para terminar, esta joya de respuesta sobre la trilladísima cuestión de si desaparecerán los libros de papel: “El libro no morirá por la misma razón que perduran la silla y el tenedor: porque son irremplazables”.
Por eso me gustaría que ganara, porque es brillante, plural y hondo. Un maldito genio en todas sus acepciones.
(Originalmente publicado en mi blog Deli(b)rios, dentro del sitio web de la revista SoHo)